El viernes 15 de marzo a las 13.00, cuando partimos de Atocha rumbo a Córdoba, pensé en Alvear y su despedida de París en el ‘22, cuando regresó a Buenos Aires para asumir la presidencia, y glosé “Quand le train est parti, j'ai dit au revoir à Madrid. Je vais compter les jours jusqu'à mon retour”. Atrás quedaban remozadas vivencias en odres nuevos e inevitables comparaciones; enojosas unas, amenas otras.
Los precios de alimentos y algunos remedios son casi los mismos que en Buenos Aires, salvo que los salarios peninsulares son nueve veces más altos que en el feudo del general Ancap; las verduras vienen limpias, en bolsas de celofán selladas y con el precio impreso; no hay que descartar hojas marchitas. En nuestros supermercados esa opción existe, pero a precios más elevados; caso contrario, embarrarse hasta las muñecas al elegir un atado de espinaca. Hay comodidad y facilidades para gente con incapacidad motora; personas en sillas con motores a batería en plazas, negocios, transportes públicos y supermercados. En las esquinas hay rampas que facilitan el cruce de las calles; en las barandas de los subterráneos, inscripciones en sistema Braille, y ascensores que permiten acceder hasta los andenes.
Los madrileños no recogen la caca de sus perros (tampoco los cordobeses), pero se ven pocos por la calle y no hay paseadores con jaurías atrailladas. El problema de sanitarios insalubres es normal a caninos y humanos, los cuadrúpedos tienen la ciudad a su disposición. Para bípedos y bípedas, Nelly, amiga de Buenos Aires que pasa temporadas en Madrid dando clases en la Complutense, nos dio la posta: “los únicos baños limpios son los de El Corte Inglés”.
Hace 20 años nos sorprendió la rudeza con que madres y padres reprendían a los niños en la calle, hoy no; y se ven más hombres que mujeres llevando y buscando a sus hijos de los colegios o paseando con ellos por las plazas.
El lunes 12 terminamos de ver las pinturas del período de la República de Weimar en el Museo Thyssen-Bornemisza; de reencarnar en alguno de mis ladrones literarios favoritos: Raffles, the gentleman thief o Arsène Lupin, le gentleman cambrioleur, tengo elegido el cuadro que robaré: Metrópolis de Grosz, inclusive sé en qué pared de mi departamento lo colgaría. Me consuelo recordando los tonos rojizos de ese anochecer ruidoso del Berlín de la Primera Guerra Mundial que surge desde el lienzo; la calle bulle con figuras superpuestas, gente apresurada que se desplaza por el óleo con ritmo febril.
A la salida, demorado paseo y fotos del Barrio de las Letras, síntesis de la genialidad del Siglo de Oro; en un radio de cinco cuadras convivieron Cervantes, Lope de Vega, Góngora y Quevedo. No sólo ellos, todo literato de fuste o pensador español se las apañó -valga la aliteración- para vivir aquí. Proliferan hitos y cronotopos en forma de placas en las paredes o fragmentos de obras en letras de bronce sobre la calzada que los recuerdan con pasajes de sus obras. Al alejarnos pensé que la Fuente Castalia debería estar en el Barrio de las Letras.
En la mañana del 12 Beatriz tiene una entrevista la biblioteca del CSIC del Parque del Retiro, con ojo de librero taso la parte de CD de películas, calculo unos cuarenta metros de estantes, clasificados, con rigor bibliotecario, en todas las modalidades y gustos; pienso que a Marcos de Blackjack, el Videoclub de Guatemala y Malabia, lo puede deslumbrar. Por la noche, una presentación del libro de Beatriz en la suntuosa Casa de México en Chamberí -edificio de tres plantas que incluye, salón de actos y sala de proyecciones, librería y, sobre la calle, restaurant y tienda de productos típicos-, sana envidia al pensar en un país que, desde siempre y como política de estado, promocionó la cultura como un producto exportable con alto valor agregado.
El miércoles 13 visitamos la casa de tres plantas y jardín interior -por estos andurriales llamamos Petit Hotel- donde vivió hasta el fin de sus días Enrique de Aguilera y Gamboa, AKA “XVII marqués de Cerralbo”, y, por ende Museo Cerralbo. El marqués se las traía, monárquico carlista y ur franquista -la Parca le ganó la carrera, se lo llevó un año antes de la asunción del dictador Primo de Rivera-. Un espíritu lúcido y refinado, de abolengo y todo el dinero, abogado, historiador, escritor, político, coleccionista de obras de arte. Y así levantó su casa: bibliotecas, sala de armas, escritorios, comedor de diario y otro para cenas ilustres, salón de billar y otro de sarao. Un lugar para volver y seguir haciendo fotos.
A la salida recorremos Plaza de España, nos detenemos en el monumento a Cervantes; al frente dos estatuas en bronce, el de la Triste Figura en Rocinante y el gobernador de la Ínsula Barataria en su asno. Delante de ellos dos mujeres con sus atributos identitarios, Aldonza Lorenzo y Dulcinea del Toboso -en la explicación del monumento han cambiado los nombres de las protagonistas-. Detrás de las estatuas, un obelisco rematado en un globo con los 5 continentes donde se lee El Quijote en español y a los costados altorrelieves de Rinconete y Cortadillo y La gitanilla. En un costado del jardín, sentado en un banco de la plaza, un papá con su hijo menor en un cochecito lee en su celular, el hermanito mayor, calzado con botas de goma chapalea en un charco que resta de la lluvia de anoche.
Fin de estadía, el jueves 14, Museo Arqueológico Nacional, totalmente remozado y diferente al que recorrimos hace cuatro lustros. Visitas pendientes, empezando por la Dama de Elche, imposible verlo en un día, optamos por la prehistoria, Hispania romana y el período Al Andalus. El recorrido por las salas es enriquecido con las explicaciones que pueden dar los guías a la entrada a cada salón. A la salida nos enteramos que la Réplica de Altamira cierra más temprano. Buen motivo para volver a Madrid.
Comparaciones dolorosas, anche rabiosas. En los museos y galerías que visitamos en Madrid -otro tanto en Córdoba donde estamos en este momento-, profusión de eruditos guías a la entrada de cada salón, aparentemente sentados sin hacer nada. En la desolada Buenos Aires, la nueva gestión de Ciencia y Tecnología del gobierno nacional suspendió el programa de guías que trabajaban en las salas participativas e interactivas del Centro Cultural de la Ciencia y lo cerró. El Secretario de (in)Cultura, ya puso sus manos en el FNA, desguazó el INCAA y, hace un par de días, arremetió contra el cine Gaumont, y ahora, por primera vez en la historia de la Feria del Libro, la Secretaría de Cultura de la Nación no tendrá stand. Parafraseando a Joseph Goebbels, nuestro zafio Secretario de (in)Cultura dice: “no hay plata, cuando oigo hablar de cultura, saco la tijera de cortar presupuestos”.
El esperpéntico general Ancap, y sus hordas son como Atila, donde pisan sus caballos, no crece más la cultura. No podemos decir lo mismo de los cascos de Rocinante.
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