Bond, James Bond 2/7/2024
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
Literatura latinoamericana, ensayos literarios, relatos, literatura hispanoamericana

Hace más de un año sonó una alarma avisando que la corrección política había vuelto a cocear con sucias pezuñas, ya habían caído sobre Eran 10 negritos de Agatha Christie y la obra de Roald Dahl. Ahora arremetió contra James Bond. De acuerdo al diario The Telegraph, antes de la reedición de las novelas del 007 en abril 2023, para conmemorar los 70 años del primer libro de la saga, Casino Royale, los responsables de los derechos Ian Fleming Publications encargaron una “revisión por editores sensibles”. Cada volumen llevará la aclaración: “Este libro fue escrito en una época en la que eran habituales términos y actitudes que los lectores modernos podrían considerar ofensivos. En esta edición se han introducido actualizaciones, aunque manteniéndose lo más cerca posible del texto original y de la época en la que se ambienta”.

¡Tan luego con Ian Fleming! que declaró “el éxito de las novelas de Bond se debe a incluir autos, yates, joyas y sexo con toques sadomasoquistas -entre otros, Darko Kerim en Estambul y Tiger Tanaka en Japón dirán al 007, palabras más palabras menos, ‘todas las mujeres tienen la fantasía de ser violadas, debemos hacer realidad sus deseos’-, porque los ciudadanos comunes están hambrientos de cosas que nunca podrán comprar o atreverse a hacer”.

La advertencia de esta reescritura censora detonó mis alarmas para completar mi colección -los pocos ejemplares que tenía los atesoro como oro en paño- gracias a un amigo del ghetto de libreros especializados en agotados, fue posible. Muchas son las inigualables ediciones de Bruguera de tapa amarilla, aparecidas con la primera película, Dr. No (1963, inolvidable su comienzo con el calypso Three Blind Mice), el resto de las ediciones que fueron apareciendo, incluida una de la recua que intentó continuar la saga; la olvidable Licencia renovada para matar (Licence Renewed to Kill, 1981), con un James Bond woke avant la lettre, ahora ecologista septuagenario -por las novelas de Ian Fleming sabemos que nació en 1924-, no obstante con un estado y vigor físico que es envidia de un comando de elite -entrena con los temibles SAS británicos tres meses por año-, que fuma y bebe, mucho menos; y un caballero con las ladies cuando le piden ser llevadas a la catrera.

La censura dio otro paso, ahora arremete con algunas películas, con Solo se vive dos veces (1967) donde James Bond se caracteriza como japonés, por “contener estereotipos raciales obsoletos”. ¿Qué dirían de la geisha Shirley McLaine, o Marlon Brando japonés, mexicano y siciliano (La casa de té de la luna de agosto, ¡Viva Zapata! y El padrino)?

Volviendo a Ian Fleming, él no encubre observaciones peyorativas con otras razas, en Diamantes para la eternidad (Diamonds for Forever, 1954), Bond dice de los negros que trabajan en las minas de diamantes “son dóciles y respetuosos de la ley, excepto cuando han bebido demasiado”, opinión corregida por “unos tipos bastante respetuosos con la ley”; en Vive y deja morir (Live and Let Die, 1954); en una escena ambientada en un striptease de Harlem ante una audiencia negra, Bond observa “el público jadeaba y gruñía como cerdos en celo”. Quedó: “Bond podía sentir la tensión eléctrica en la sala”. En Doctor No (1958), apunta a la crueldad y lascivia con las mujeres blancas por parte de chinos y chigros -mestizos de raza negra y china-, y la promiscuidad y desenfreno erótico de las mujeres de ese origen.

Pero el éxito de las novelas de Ian Fleming se debe a la repetición de fórmulas exitosas, entre otras, viajes en tren o en aviones, intermediados con delicias culinarias y profuso consumo de bebidas alcohólicas. Como en la tragedia griega abundan los arquetipos, el más común, mujeres violadas que odian a los hombres, pero se redimen y pasan al lado de los buenos gracias al encanto seductor de James Bond, cuya virilidad al momento de los bises supera los límites del Viagra. El caso más delirante es Pussy Galore, jefa de una pandilla de lesbianas, ella optó por esta modalidad sexual luego de ser violada en su adolescencia; pero se “convierte” y opta por ayudar a Bond y cambiar su opción sexual; la lógica a lo largo de la obra de Fleming sería: “todas las mujeres frígidas o bolleras, lo son por mal garchadas”.

Pussy Galore revela otro rasgo de estilo de Ian Fleming, la onomástica -la primera, las derivas en la búsqueda del nombre en código del “double o seven”, que lo autoriza a dar matarile a cualquier enemigo peligroso cualquier lugar del mundo-, su nombre, literalmente “concha a destajo” (Gatita a Porrillo, en traducciones de la era franquista), siguiendo por Auric Goldfinger -con resonancias del Red Scharlach borgeano- y su ayudante Oddjob (trabajos diversos o changas).

Pero el éxito de las novelas de Ian Fleming radica en algo más importante, todas fueron escritas en tiempo real con los incidentes de la Guerra Fría al momento de su publicación, el primero en publicitarlo fue el presidente Kennedy cuando manifestó su fascinación con Desde Rusia con amor (1957). Así las 14 novelas y libros de cuentos publicados entre 1953 y 1966, deben ser leídos a la luz de los avatares entre Rusia y los Estados Unidos e Inglaterra; porque los nombres de personalidades políticas e incidentes mencionados son reales. Un ejemplo, en el cuento “El gran susto” (The Living Daylights, 1966) aclara que el duelo nocturno en Berlín de 007 con la francotiradora rusa se dio en un lugar “que dentro de un año se convertirá en el famoso Checkpoint Charlie” alusión al muro construido en 1961, presente en la memoria colectiva de aquellos años.

Esta cotidianidad política internacional llevada a la ficción es producto de un trabajo de galeote y ejemplo para un taller literario de fuste; el ex periodista Ian Fleming estaba actualizado con los avatares de la Guerra Fría, escribía todos los días de 9.00 a mediodía y continuaba de 18:00 a 19:00. No corregía hasta llegar al final del manuscrito, según él, limitaba el ritmo y la satisfacción por el trabajo diario. De esta manera alcanzaba unas 2.000 palabras diarias y terminaba el libro en menos de dos meses. Recién entonces, dedicaba una semana a corregir errores y reescritura. Luego pasaba en limpio, volvía a revisar y redactar las peores páginas y lo enviaba a su editor. El resto del proceso era atender -o no- sugerencias del corrector, revisar galeradas y esperar. Después llegarían cartas de fans puntillosos donde le corregían detalles como que Ven Vert es fabricado por Balmain y no por Dior, que el Orient Express tiene frenos diferentes a los descritos, o que la salsa usada con los espárragos es la holandesa y no la bearnesa. (Continuará)





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