En la sección “Espectáculos” de un diario, leí que una conocida -aunque no para mí- compatriota, “actriz, bailarina, modelo, cantante, presentadora, conductora e influencer”, se identifica como demisexual, actitud que tuvo hacia el sexo toda la vida pero que “acababa de descubrir el nombre”.
Su ignorancia acerca de la denominación de preferencias eróticas me recuerda a un manual de sexo que leí, en primer o segundo año de la secundaria, donde comentaba una observación del sexólogo inglés Havelock Ellis, quien documentó el caso de una paciente soltera, creyente devota y activa militante en contra de la masturbación femenina. Esta dama descubrió -el autor no aclaró si para su pesar o júbilo- que lo que hacía hace años, cuando leía en su mecedora con las piernas cruzadas era… masturbarse.
De manera análoga, la popular “actriz, bailarina, modelo, cantante, presentadora, conductora e influencer” hacía lo que muchas parejas, en la vida real y novelas románticas, hacen -desde las azarosas aventuras de Dafnis y Cloe hasta el jocoso y rápido final feliz de Caterina y Ricciardo en El Decamerón, que mereció un episodio de Pasolini en su película homónima-: tener sexo sólo intermediado por una relación afectiva.
Ha pasado más de medio siglo cuando, la madrugada del 28 de junio de 1969, en el Stonewall Inn, pub del barrio neoyorquino de Greenwich Village frecuentado por la comunidad LGBT, los parroquianos se enfrentaron con la policía, que intentó allanar el local y hacer una redada. A partir de ese momento la exclusión social de la comunidad entró en retirada hasta llegar, en este siglo, al matrimonio igualitario y, en algunas iglesias protestantes, al ordenamiento de sacerdotes gais y sacerdotisas lesbianas. Ciertamente, no es la opinión del Papa Francisco quien, en enero de 2023, llamó a los obispos a recibir a la comunidad LGTB en las iglesias, no sin dejar de aclarar: "ser homosexual no es un delito, pero sí un pecado". Dos meses después el Sumo Pontífice dobló la apuesta y declaró: “La ideología de género es de las colonizaciones ideológicas más peligrosas. Porque diluye las diferencias, y lo rico de hombres y mujeres y de toda la humanidad es la tensión de las diferencias”; al ambiguo papa Francisco, le viene cortado a medida aquel viejo refrán: “Palos si bogas, palos si no bogas”.
Aquella distante rebelión LGBT con el tiempo amplió su taxonomía sexual y pasó a ser LGBTIQ -Intersexuales, Queers-. Pero hoy ya se habla de LGBTIQ+ -donde el signo + incluye a otro colectivo, a quienes no se sienten identificados con las anteriores siglas pero forman parte de la comunidad porque, entre otros aspectos ligados al tema, apoyan los objetivos de la despenalización de la homosexualidad y el matrimonio igualitario-. Supongo que el signo + también incluye a demisexuales, en los cuales se embandera nuestra erudita influencer, y los, por ahora excluidos, metrosexuales.
El término metrosexual fue acuñado por el periodista del periódico británico “The Independent” Mark Simpson en 1994 y fue integrado al vocabulario de la sexualidad del fin del milenio por personalidades masculinas. Con el subjetivo título de “Aquí vienen los hombres del espejo (Here Come the Mirror Men), Simpson aludía al Narciso de la mitología griega, el joven que se extasió mirando su imagen en un estanque, cayó en él, se ahogó y transformó en la flor que lleva su nombre.
El metrosexual, definido por Simpson, es un joven de elevada posición económica, que vive en una metrópolis, término derivado del griego meter (madre), porque allí se ubican las mejores tiendas, clubes, gimnasios y peluquerías, y hacen ostentación de elegancia, sexualidad, refinamiento, mundanalidad y opulencia; de allí que los metrosexuales sean una fauna urbana.
Una de las personalidades que de inmediato se identificó como metrosexual fue la megaestrella del deporte David Beckham, capitán del equipo de fútbol de Gran Bretaña, quien, llevaba ropa de modistos famosos, lucía un peinado diferente cada semana y fue visto usando pareos y con las uñas pintadas, muy cómodo en lo que él llamaba su “lado femenino”, por manifestar que la personalidad de cada individuo contiene características masculinas y femeninas. Pronto se divulgaron bromas acerca de la verdadera orientación erótica de los metrosexuales, rápidamente identificados con los gais, aunque no exclusivamente. Pero, David Beckham era manifiestamente hetero, certificado por su matrimonio con la ex Spice Girls Victoria Beckham -née Victoria Caroline Adams - con quien tuvo varios hijos.
Tanta diversidad amatoria contemporánea es llamativa; en el Olimpo griego, que no ocultó el carácter lujurioso de los dioses, los hombres repartían sus preferencias entre mujeres y hombres, entre otros: Apolo y Jacinto; Zeus, con un harem de bellas y el joven Ganimedes como copero y amante. Además el adivino ciego Tiresias fue castigado por Hera quien lo metamorfoseó en mujer y luego perdonado y vuelto a su condición masculina.
En Dialogo de los Dioses, en tono burlesco, Luciano de Samosata recrea un diálogo de Zeus y Hera a propósito de Ganimedes. La diosa le recrimina que no le alcanzó con todas las mujeres a las que sedujo metamorfoseado en toro, lluvia dorada o cisne, y ahora tiene por amante a un jovencito; a lo que el olímpico responde: “No insultes, esposa mía, a ese muchachito, es para mí más placentero y excitante que… No quiero decírtelo para no cabrearte más aún”.
Así, en el machista Olimpo, diosas y ninfas solo tuvieron la opción hetero y la maternidad o la castidad, como Diana o Atenea. Quedó para las mortales el derecho al lesbianismo y quién, aparentemente, lo ejerció fue la poetisa Zafo de Lesbos (VI a.C.) y, por el tenor de su lírica erótica, nos ha legado otro término, safismo, para la RAE: “cultismo por lesbianismo”.
En líneas generales, los romanos siguieron los conceptos sexuales de los griegos, pero, más “moralistas”, con la salvedad de que la homosexualidad en los hombres libres era aceptada socialmente siempre que se asumiera el rol activo -bujarrón-, ya el pasivo -bardaje- era vergonzante y reservado a los esclavos. Ciertamente los antiguos romanos no conocían aquella reflexión española: “Según ley de Jesucristo el que la pone es el más listo, pero, según ley de Mahoma, tan puto es el que da como el que toma”.
Pero hoy en día el colectivo LGBTIQ+ es insuficiente para nuevas taxonomías, en algunos ambientes, siempre en términos de seducción y promovidos por personalidades mediatizadas, se habla de gastrosexuales, spornosexuales, retrosexuales, Übersexuales y tecnosexuales.
Por eso, en tono de guasa, hoy nos queda aquella reflexión de Woody Allen para quienes buscan compañía afectiva: “la bisexualidad duplica las posibilidades de armar una pareja”.
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