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DaniloAlberoVergara 12/18/2024 00:47:12
DaniloAlberoVergara
Leyendo cuadros con Julian Barnes
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
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Literatura latinoamericana, ensayos literarios, relatos, literatura hispanoamericana
 

Diecinueve años median entre El loro de Flaubert (1984) –donde, a partir del relato de Flaubert “Un alma de dios”, el protagonista de la novela de Barnes, Geoffrey Braithwaite, erudito amateur experto en la vida de Gustave Flaubert, busca el loro embalsamado que inspiró el cuento del escritor francés–,y Hodgkin: Palabras para H.H. (2003). Este lapso intermediado por el ensayo “Géricault: la catástrofe convertida en arte” (1987) –publicado originalmente en Una historia del mundo en 10 capítulos y medio (1989).

En El loro de Flaubert, Julian Barnes –conocido como “el más francés de los escritores británicos”– profundiza en la estrecha relación del autor de Madame Bovary con la pintura y, a la vez, expone sus propias ideas sobre el acto creativo. Flaubert rechazaba la obra de Courbet, lo acusaba de ser doctrinario y de “no sentir el sagrado secreto a la forma”. Flaubert pensaba que, en literatura y plástica, no sólo trata de lo que se pinta o escribe, sino de lo que se oculta y, en la representación mental que se hacía de una escena, solía tener detalles que ocultaba en el texto; años después Hemingway lo habría de llamar “teoría del iceberg”. Flaubert le confesó a los Goncourt que, cuando escribía una novela, el argumento era lo menos importante, lo primero que buscaba era darle un color o una tonalidad; así para él Salambó era púrpura y Madame Bovary, gris mohoso.

Los narradores no suelen incursionar en trabajos o ensayos sobre artistas plásticos o músicos; entre las excepciones, Antonio Muñoz Molina con El atrevimiento de mirar, pero él es licenciado en Historia del Arte que devino escritor de ficción y ensayo. Antes, Anthony Burgess en A clockwork orange (1962) –magistralmente llevada al cine por Stanley Kubrick–, incursiona en la novena sinfonía de Beethoven como obsesión del principal protagonista y que hace a la trama; a la vez, realiza un experimento lingüístico creando un argot en base a palabras rusas. Y duplica la apuesta en Sinfonía napoleónica (1974), subtitulada “una novela en cuatro movimientos” que está escrita y “compuesta” sobre la partitura de la tercera sinfonía de Beethoven, Heroica.

Por su parte, en una sus primera notas sobre tauromaquia, el joven Hemingway narra un viaje a un pequeño pueblo para ver una corrida de toros, según su perspectiva el paisaje era de Velázquez pero, ya en el pueblo, camino a la plaza de toros, la cantidad de mendigos tullidos y ciegos lo hizo pensar en Goya y, en Muerte en la tarde, define la tauromaquia como arte y la compara con obras de artistas como Picasso o Velázquez.

En un artículo publicado en la revista “El Hogar”, Jorge Luis Borges dice que una forma ideal de novela sería aquella en la cual el lector, cuando esté llegando al final, se cruce con un párrafo que lo haga reflexionar sobre el texto; que ello estimule a recomenzarlo y encontrarse con una historia totalmente diferente a la que había leído. Esta boutade enfoca la actitud que cada persona asume frente a un texto u obra de arte porque –valga la paráfrasis de Heráclito: “nunca leerás dos veces el mismo libro ni verás dos veces el mismo cuadro”–. La reflexión de Borges sobre un género en el que no incursionó, nos coloca en el meollo de la percepción estética: nuestro gusto y su feedback al momento de enfrentarla; Pierre Menard lo tenía claro.

Así, este artículo de “El Hogar” focaliza en el tema de la perspectiva, término polisémico, la RAE da nueve significados distintos y, a los fines de la apreciación de la obra de un plástico, músico o narrador, cinco de ellas son válidas: “Sistema de representación que intenta reproducir en una superficie plana la profundidad del espacio y la imagen tridimensional con que aparecen las formas a la vista”; “Panorama que desde un punto determinado se presenta a la vista del espectador, especialmente cuando está lejano”; “Apariencia o representación engañosa y falaz de las cosas”; “Punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto”; y “Visión, considerada en principio más ajustada a la realidad, que viene favorecida por la observación ya distante, espacial o temporalmente, de cualquier hecho o fenómeno”.

A través los diecisiete ensayos reunidos en Con los ojos bien abiertos (primera edición en ingles 2015) Julian Barnes que, a diferencia de John Berger y Antonio Muñoz Molina, no tiene formación en arte, aporta su visión como escritor que “lee pintores”. Alrededor de la mitad del libro analiza la técnica de Vallotton, el paysage compossé: “Salía al campo, hacía bocetos, tomaba notas, regresaba a su estudio y montaba la pintura usando material de diferentes sitios: una naturaleza nueva, técnicamente inexistente creada sobre el lienzo...; así El estanque (1909) contiene áreas representadas en un estilo impresionista, otras con un realismo contundente, mientras una zona de agua negra y turbia parece mutar en un enorme y siniestro pez a medida que la miras”. En este punto de mi lectura, necesité volver al principio –como sugirió Borges en “El Hogar” , buscando continuar con un ensayo distinto al que estaba leyendo; ver qué otras trampas había montadas en el texto y qué nuevos cuadros convocaba al releerlo.

Acotado por su evidente simpatía con la cultura francesa, el libro empieza con un texto magistral –ya publicado en Historia del mundo en diez capítulos y medio– para continuar con, entre otros, Delacroix, Courbet, Manet, Cézanne, Redon, Bonard, Vuillard, Valloton, Braque, Magritte, Oldenburg, Freud, Hodking. A partir del ensayo “Magritte: un pájaro en un huevo”, Barnes afina su perspectiva y despliega su capacidad de análisis para armar sistemas de referencias, literarias y pictóricas. Un autorretrato de Magritte, La clarividencia, lo muestra de perfil, mirando un huevo sobre un mantel color burdeos, la paleta en la mano izquierda, pero sobre el lienzo blanco pinta un ave que levanta vuelo; asociaciones mentales de la imagen y una transformación artística. La clarividencia nos muestra el proceso mental de creación del pintor, casi como “La filosofía de la composición” de Poe llevada al plano de la pintura. Margritte plasma la transformación en un diálogo con Oscar Wilde, “la vida imita al arte”; en la naturaleza la transformación ocurre con todas las aves. Pero, además, La clarividencia, nos retrotrae a la boutade de Borges: visto de izquierda a derecha, el cuadro nos muestra que primero fue el huevo; en el recorrido inverso, primero fue la gallina.





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