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DaniloAlberoVergara 9/13/2023 00:00:08
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Tres sonetos de amor
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
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Las artes, como la poción del Doctor Jekill, permiten expresar lo más elevado y lo más perverso del ser humano, amores, malquerencias y enconos. En el caso de autores de poemas de amor, odios y rencores en la vida cotidiana se hacen más evidentes y chocantes.

Tomo tres de mis poetas favoritos del Siglo de Oro y de afamadas rivalidades. Quevedo, reconocido antisemita, no ocultó su rencor y rechazo por Góngora; lo denostaba por traducir mal obras de autores griegos, por los cultismos léxico y neologismos que inventaba en su búsqueda de la innovación y la belleza formal y rítmica; por mal sacerdote y jugador empedernido y, para más inri, en virtud de su nariz ser de origen judío: “...Yo te untaré mis obras con tocino / porque no me las muerdas, Gongorilla / …¿Por qué censuras tú la lengua griega / siendo sólo rabí de la judía, / cosa que tu nariz aun no lo niega?...”

El odio era compartido por el cordobés, casi veinte años mayor que el madrileño, a quien llamaba “que bebo”, en razón de la afición por la bebida de Quevedo y por su cojera: “   Anacreonte español, no hay quien os tope, / que no diga con mucha cortesía, / que ya que vuestros pies son de elegía,…”, de sus gruesas gafas, los llamados “quevedos”, y de ser mal traductor de griego en virtud de dificultad para ver: “…Con cuidado especial vuestros antojos / dicen que quieren traducir al griego, / no habiéndolo mirado vuestros ojos. / Prestádselos un rato a mi ojo ciego, / porque a luz saque ciertos versos flojos, / y entenderéis cualquier gregüesco luego”.

Al tratar poemas de amor, los rivales expresan su manera de ver el mundo y de instrumentar el uso de la lengua. En Góngora vemos este procedimiento desde el primer cuarteto de su Soneto LXXXII, La dulce boca que a gustar convida: “La dulce boca que a gustar convida / un humor entre perlas (los dientes) destilado, / y a no envidiar aquel licor sagrado (el néctar o ambrosía, alimento de los dioses) / que a Júpiter ministra el garzón de Ida (Ganimedes raptado por Júpiter para convertirlo en su amante, que es copero del Olimpo y sirve el néctar a los dioses)”.

Además de las imágenes y juegos de palabras, en este cuarteto Góngora recurre a fonemas alveolares, donde el punto de articulación de la lengua es en los alvéolos dentales -r, l, s-, para representar el fluir de la saliva en la boca.

Quevedo, en su Soneto 472, Amor constante más allá de la muerte, revela otra cosmovisión: “Cerrar podrá mis ojos la postrera / sombra, que me llevare el blanco día; / y podrá desatar esta alma mía / hora, a su afán ansioso lisonjera; / mas no, de esotra parte, en la ribera, / dejará la memoria, en donde ardía; / nadar sabe mi llama la agua fría, / y perder el respeto a ley severa. / Alma a quien todo un Dios prisión ha sido, / venas que humor a tanto fuego han dado, / medulas que han gloriosamente ardido, / su cuerpo dejarán, no su cuidado; / serán ceniza, mas tendrán sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado”.

En este poema, Quevedo se inserta en la tradición del amor cortés medioeval de la lírica amorosa -el fuego como símbolo o metáfora del amor idealizado y no correspondido-, que recrea con asociaciones sutiles y recursos poéticos como el hipérbaton o el encabalgamiento. Además aflora un elemento petrarquista -el amor extremado y penitente que el poeta alberga hacia su amada- para moldearlo con su obsesión más profunda, la muerte inexorable, sólo superada por un: polvo serán, mas polvo enamorado, estrofa que ratifica lo anunciado en el título: amor constante más allá de la muerte.

Por su parte, Lope de Vega compartió, en su antisemitismo, el odio de Quevedo ya expresado poéticamente por Góngora. No fue así con Cervantes, vecino en la calle madrileña Lavapiés y, al principio, amigo. Se conocieron en casa de Jerónimo Velázquez, productor teatral con el cual Lope hacía permanentes contratos; sin contar su vasta creación como poeta y novelista, fue un prolífico dramaturgo -se le atribuyen cerca de dos millares de comedias-. Cervantes, acosado por las deudas, se daba por satisfecho con colocar alguna de sus comedias en la cartelera Velázquez. Si bien Lope y Cervantes expresaron en sus obras mutua admiración, pronto se enemistaron. Las razones son las mismas que distanciaron a Lope de Góngora, un conflicto hasta hoy vigente: expresar el mundo interior y experimentación formal o satisfacer al público con fórmulas probadas; innovación o mercado.

Acostumbro a memorizar poemas de Quevedo, Borges, el Martín Fierro, y Lope de Vega, pero el Soneto 126. Desmayarse, atreverse, estar furioso, es el más difícil de retener, en virtud de ser, más que un relato, expresión de estados de ánimo encadenados que revelan su visión carnal y profana del amor: “Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado, mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso; / no hallar fuera del bien centro y reposo, / mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, / enojado, valiente, fugitivo, / satisfecho, ofendido, receloso; / huir el rostro al claro desengaño, / beber veneno por licor süave, / olvidar el provecho, amar el daño; / creer que un cielo en un infierno cabe, / dar la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo sabe”.

Más veces lo memorizo, más las olvido y he tratado de ver las trabas y obstáculos. En los trece versos iniciales, el poema nos deja una abrumadora acumulación de enumeraciones, paradojas y oxímoron; para ello utiliza veintitrés adjetivos, tres verbos conjugados -cabe, es, sabe- y diez en infinitivo que, por lo general, ocupan una posición al principio para reforzar su significación. Hasta donde he podido relevar sin enredarme, Lope utiliza unas treinta metáforas, solo reveladas el último verso: “esto es amor”. Lope transmite en clave poética su visión del amor: un sentimiento que, en su concreción resulta incomprensiblemente contradictorio, difícilmente gobernable y, en fin, decepcionante, “dar la vida y el alma a un desengaño”. La razón es meramente existencial, se dice que Lope se chapó a casi todas las mujeres de la península y a su muerte dejó abundosa constancia de sus aventuras e hijos, sólo superada por su prolífica obra literaria.

Que a la hora de los poetas de ejercer el arte de la injuria, injuriadores eran los de antes.





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