En los endecasílabos finales de Proteo de Borges veo una definición poética de esquizofrenia, múltiples personalidades que conviven en la imaginación: “De Proteo el egipcio no te asombres, / tú, que eres uno y eres muchos hombres”. Pienso si una biblioteca y las infinitas lecturas encerradas al recorrer sus estantes en distintos sentidos son una manera de mutar en el multiforme Proteo borgeano, compendioso soneto tomado del Canto IV de Odisea, donde narra el enfrentamiento de Menelao con el dios Proteo para obligarlo a que les permita partir de Alejandría, donde los tenia varados, y retornar a Esparta.
Hay libros que marcan un antes y un después, y en mi esquizofrenia de lector cambian según los transito; me acaba de pasar con la reciente -y fragmentaria- relectura de El renacimiento del paganismo: aportaciones a la historia cultural del Renacimiento europeo de Aby Warburg, que me desplazó geográficamente de estante y biblioteca hacia el capítulo II de Pseudo Calístenes, quien hace dieciséis siglos nos contó en Vida y hazañas de Alejandro Magno; sobre cómo el macedonio, en busca de conocimientos para aumentar su imperio, viaja al cielo en una jaula tirada por ocho grifos y luego, al fondo del mar en una esfera de cristal suspendida por una cuerda. A su vez Pseudo Calístenes es la secuela de viajes semejantes narrados por Luciano de Samosata -muy querido, releído y subrayado- quien, doscientos años antes de Vida y hazañas de Alejandro Magno, nos llevó al espacio, a profundidades abisales y creó el primer Golem, tatarabuelo de robots y androides. Rosario de relatos, poemas épicos y novelas, enhebrados con un hilo conductor, que nos proyectan hacia un pasado donde se imaginaron artilugios que solo verían vida en un lejano futuro, como las máquinas y vehículos de Leonardo da Vinci.
Al principio fue Luciano y lo siguieron hasta hoy, viajes ficcionales en libros y películas, muchos de ellos portadores de premonitorios mensajes que, como las profecías de Casandra, nadie creyó. Hubo casos donde la realidad dio un giro de ciento ochenta grados a la ficción anticipatoria, desde los primeros trasplantes de órganos, a la posibilidad de donarlos en vida y ahora otro horizonte, que los órganos provengan de animales. Avances que dieron a Frankestein o el moderno Proteo (1818) de Mary Shelley, donde un médico crea un hombre a partir de fragmentos de cadáveres, un giro inesperado.
La novela tuvo diversas versiones en el celuloide, mi favorita es la desacralizadora y en guasona El joven Frankestein (1974) de Mel Brooks, donde a la hora de elegir cerebros para la criatura el ayudante del doctor se equivoca y en vez de un científico lleva el de un anormal. Pero hay una compensación, por referencias -no explícitas en imágenes- el monstruo tiene un schlong, que hace las delicias de la histérica novia del doctor Frankestein hasta el punto que terminan casados. Actualemente la película sería cuestionada por algún colectivo en virtud de representar a un anormal de entendimiento y de entrepierna. Aunque el monstruo tuvo un antecedente, o precuela, en Agustín, superdotado jardinero bobo partícipe en la orgía, interrumpida por diálogos donde se opina acerca de la moral y la sociedad, en La filosofía en el tocador (1795) del divino marqués. Comentarios estos que bien podrían parecer conversaciones de párvulos si comparados con algunas sesiones de Gran Hermano, reality sobre cual ni parlamentarias ni parlamentarios, evitan de opinar y mostrar simpatías y antipatías. El futuro se construye desde el presente.
Fue en tiempos de la Ilustración, cuando la razón, ciencia y tecnología comenzaron el avance que se previó sin límites y auparon la idea de un progreso indefinido; surgió la idea de ver y pensar el porvenir como algo que se construye desde la contemporaneidad. La obra de Julio Verne está escrita desde esta cosmovisión, aunque muchos hallazgos e invenciones permanecieron entreverados con formas de pensar arcaicas que se remontaban a la Edad Media y cuando la máquina de coser, barcos y trenes a vapor eran parte de la vida cotidiana, todavía los científicos aceptaban sin cortapisas la rancia teoría de la “generación espontánea” según la cual sapos y ranas nacían en los charcos después de la lluvia y las moscas de cadáveres de animales insepultos. Quizás la conciencia de estas contradicciones de la época otorga a mucha narrativa de anticipación el tono distópico, allí se encuadra Julio Verne.
Por simple asociación temática, desde noviembre de 2022, he visto y vuelto a ver películas de tono anticipatorio. El jueves pasado, en una visita al videoclub, Marcos, al tanto de lo había estado alquilando, me presentó una vieja, que para mí resultó desconocida y nueva: Contra el enemigo (The Siege, 1998), la película tenía a su favor que había visto dos de su director y me gustaron por su manera de recrear períodos históricos: Diamante de sangre y El último samurái.
La historia de Contra el enemigo fue profética como Casandra. En Nueva York, una célula terrorista islámica secuestra un ómnibus con escolares y amenaza con volarlo, cercados de policías y cámaras de televisión los liberan y detonan un explosivo con panfletos y un tarro de pintura destripado que salpica todo el entorno. Suceden atentados, ahora letales, frente a las cámaras. La investigación enfrenta al FBI, la policía de la ciudad y al ejército; aunque todos coinciden en que los terroristas fueron entrenados por los servicios de inteligencia norteamericanos. Los atentados se incrementan, la ciudad entra en pánico y el presidente de los Estados Unidos decreta un estado de sitio (siege). Nueva York es ocupada por el ejército que procede al arresto de musulmanes de la pretendida edad de los sospechosos. Estos son encerrados en un estadio de fútbol, en celdas al aire libre hechas de alambre tejido, muchos de ellos torturados y ejecutados, previo pasar por una terrible humillación para los musulmanes, al momento de la tortura, exhibirlos desnudos delante de mujeres militares.
Tres años después de Contra el enemigo, fue el atentado a las Torres Gemelas planeado por Osama Bin Laden, ex afghan freedom fighter contra la invasión rusa en Afganistán, entrenado y financiado por la CIA. Sobrevino la prisión de musulmanes en Guantánamo en celdas copiadas a las de Contra el enemigo; sobrevinieron las torturas en la prisión de Abu Ghraib, Irak, donde musulmanes desnudos eran paseados gateando con traíllas de perros; algunas en manos de mujeres soldados.
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