Inadvertido 8/15/2022
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
Literatura latinoamericana, ensayos literarios, relatos, literatura hispanoamericana

La noche del domingo pasado, mientras cenábamos y veíamos la película de un famoso director coreano que venimos siguiendo, escuchamos las sirenas de patrulleros policiales y un camión de bomberos -son inconfundibles-. Era un buen sonido de fondo para algunos estruendos que acompañaron la trama y escenas de la película, que respetaba la estética del comic distópico en el que se inspiró el director; distópico y gore, en escenas donde sobreabundan muertes violentas, dedos, brazos, piernas y cabezas que vuelan con muníficos chorros de sangre que, en algunos pasajes, salpican el objetivo de la cámara.

Pese a la atmósfera de opresión y los tempos narrativos, la película, no me terminó de convencer, fui a la cocina lavé los platos y salí al balcón del contrafrente, para tener la última vista del paisaje urbano nocturno y vi sobre la calle Uriarte una autobomba, dos patrulleros, bomberos y policías que recorrían el acceso de entrada de la torre vecina, el jardín lateral y el borde de la piscina que se alcanza a ver desde mi perspectiva, pero no se veían mangueras. Supuse una alarma de incendio, pero esa hipótesis no encajaba con la presencia de los policías. Luego de lavarme los dientes volví al balcón, los patrulleros y la autobomba se habían ido. Pensé en preguntar el lunes a Martín, sobre qué había pasado; los porteros son los Big Brothers del barrio, pero lo olvidé.

El martes, Elba la encargada de limpieza que vive con una vecina del tercero, nos preguntó si habíamos sentido el estruendo del domingo, se oyó en toda la manzana, o si habíamos visto algo antes de la llegada de la autobomba y patrulleros. Cuando nos enteramos de la causa de la presencia de los bomberos y policías me vino a la mente un poema de W. H. Auden: Musée des Beaux Arts (1938) del cual siempre pensé que bien ameritaría otros títulos: Nadie lo vio caer, o Nadie lo oyó gritar.

El poema de Auden me es especialmente querido porque refiere a un cuadro de Pieter Brueghel el Viejo, Paisaje con la caída de Ícaro, fuera de Musée des Beaux Arts, no he leído nada de la obra del autor, pero mi conocimiento de ese texto viene de mi familiaridad con el cuadro de Brueghel el Viejo, quien, a su vez, se inspiró en uno de mis libros de cabecera: Metamorfosis.

En el libro VII de Metamorfosis Ovidio habla de la caída de Ícaro, Dédalo ya está en el aire y ve, más abajo, a su hijo remontar vuelo, debajo de Ícaro un pescador: “… que con temblorosa caña capturaba peces, o algún pastor apoyado en su bastón, o algún campesino apoyado en la esteva de su arado…”.

En el cuadro de Pieter Brueghel el Viejo vemos, en primer plano inferior, desde el centro a la izquierda, un campesino en una colina que con las manos en la mancera lleva el arado detrás de su caballo, un poco más arriba y hacia adelante, ahora desde el centro hacia la derecha, una ladera donde un pastor precede a su manada de ovejas desplazándose en la misma dirección que el caballo que tira del arado. El tercio superior derecho, del cuadro, lo ocupa el mar, un barco acaba de zarpar, entre la popa y la costa, detrás de la estela de navegación: las piernas y una mano de Ícaro que se hunde y unas plumas blancas revoloteando.

En una novela que estoy corrigiendo bauticé a Pieter Brueghel “pintor de lo inadvertido”; en otro óleo suyo: El censo en Belén se ve una multitud de protagonistas, aldeanos ocupados en distintas actividades: el carneo de un cerdo, una granjera que barre la casa, niños que libran una batalla con bolas de nieve, campesinos que atraviesan lagos helados; y ningún otro personaje en el cuadro presta atención a José, con la sierra de carpintero al hombro y el cesto de las provisiones colgado de un brazo, seguido por la virgen, cubierta por un enorme manto azul, que no disimula la avanzada gravidez, montada sobre un asno; ninguno de los actores del óleo sabe que están en las vísperas de un gran acontecimiento mientras, la desconocida sagrada familia avanza, entre el bullicio que, como una banda sonora, brota del cuadro.

De manera análoga al cuadro de Pieter Brueghel, no sentimos el impacto; Elba nos dijo que el estruendo lo provocó un hombre que se suicidó, arrojándose del piso 14, cuando se estrelló contra el deck de madera de la piscina del edificio de al lado, y que se escuchó en toda la manzana. Los ruidos y estallidos de la película que estábamos viendo taparon todo; menos las inconfundibles sirenas de la autobomba y los patrulleros. Según Elba, se sabe qué provocó el estruendo, pero nada del causante o familia, amigos o enemigos, vecinos, amores u odios, deudas a cobrar o pagar, si fue propietario o inquilino.

El año que W. H. Auden vio el cuadro de Brueghel en Les Musées royaux des Beaux-Arts de Bruselas y escribió el poema sobre Paisaje con la caída de Ícaro, al igual que en el óleo, sucedían cosas que pasaron inadvertidas: la Santa Sede reconoció como legal la dictadura de Franco, Alemania anexó Austria (Anschluss) y, sobre Alemania y Austria, cayó la “noche de los cristales rotos”. Musée des Beaux Arts, también puede ser un poema de lo inadvertido. Y de eso dan cuenta las primeras líneas:

About suffering they were never wrong, / The old Masters: how well they understood / Its human position: how it takes place / While someone else is eating or opening a window or just walking dully along (Acerca del padecer jamás se equivocaron / Los antiguos Maestros, que bien comprendieron / Su papel entre los humanos; cómo acontece / Mientras alguien está comiendo o abre la ventana o simplemente caminando aburrido).

 





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