Termino de releer Agamenón, primera tragedia de la trilogía La Orestía de Esquilo, y volví a asombrarme por la lucidez de la cosmovisión helénica al cartografiar y relevar los recovecos del alma humana en dos géneros teatrales: tragedia y comedia. En esta trilogía, un conflicto se arrastra de padres a hijos y pone en riesgo la supervivencia de la sociedad de Argos. El origen de los sucesos en la trilogía, el sacrificio de Ifigenia, por su padre, por mandato divino, subyace en Agamenón de Esquilo -algo parecido intentó hacer Abraham con Isaac, pero Jehová detuvo a tiempo el puñal homicida; Agamenón no tuvo esa suerte-, es el motor de la trama. Cuando el jefe de la expedición aquea contra Troya regresa victorioso, su esposa Clitemnestra, con la ayuda de su amante Egisto, lo asesinan para vindicar a Ifigenia. En la segunda parte de la trilogía Orestes venga a su padre Agamenón asesinando a Clitemnestra y a Egisto; tenemos así una sucesión de crímenes: filicidio, uxoricidio, matricidio; pero se abre un interrogante:¿cuál es el futuro de esa cadena de asesinatos, justificados según la Ley del Talión? La tercera obra de la trilogía pone fin al conflicto cuando, juicio mediante, Apolo y Atenea logran cortar con esa secuencia de crímenes que van tomando ribetes de venganzas de famiglie di mafiosi y, al igual que estas, provocan el caos y desintegración de la sociedad.
Las primeras definiciones de comedia y tragedia, surgieron, junto con las obras, con la reflexión sobre los géneros que dio Aristóteles en su Poética, cuando nos muestra que el hombre honesto (spouidaíosaner) así como el hombre común, no podían ser personajes trágicos que permitieran revelar los aspectos ocultos del alma humana; es mucho más rica la personalidad del malvado que tiene el alma desgarrada y dividida por la discordia y distintas pasiones. Para otros aspectos del alma humana, más relacionados con la vida cotidiana, pícaros y estafadores, mujeres y maridos engañados, el teatro encontró otro género, también estudiado por Aristóteles: la comedia.
Pero, en Poética, Aristóteles también da a la tragedia un valor didáctico moral, porque al ver los padecimientos y el desenlace, los espectadores debían tener compasión y temor por lo sucedido y esto debía provocar la catarsis de estas pasiones para no incurrir en ellas.
Siglos después, Goethe, cuando analiza e interpreta la Poética, llega a otra conclusión: los espectadores no acuden a los espectáculos trágicos para aprender los arcanos de la condición humana o para captar cognitivamente la estructura de las tramas, sino para divertirse. A mediados del siglo XIX, los alemanes, con la precisión filológica que los caracteriza, acuñaron un término muy acorde con esta observación de Goethe: Schadenfreude (Schaden = daño y Freude = alegría), placer maligno que se tiene al presenciar las desgracias ajenas.
Sorteando los postulados de Aristóteles en su Poética, otra clasificación permite a los legos poder diferenciarlas, a partir de un modo de narrar diferente: la pantalla; una definición tomada del lenguaje cinematográfico da una precisión accesible: “la tragedia es un primer plano” (tragedyis a close up), comedia es un plano general (comedyis a longshot). La tragedia es un primer plano de las vicisitudes de un grupo reducido de personas, cuyo causante es un canalla o un infame cuyo kóros (orgullo, altivez o insolencia) lo llevan a un estado de parakopé (infatuación o frenesí).
Fama e infamia, tienen un ambiguo parentesco, que deviene de sus etimologías, tan a propósito para los juegos engañosos de personajes y realidades cambiantes que encontraron en el teatro una de las expresiones más acabadas. La primera, del latín fama (noticia que corre de boca en boca, rumor público, tradición); la segunda, del latín infamia (mala reputación, deshonor). En estas definiciones hay un retorcido juego semántico; la segunda comprende y abarca a la primera, pero la recíproca no es válida; todo gran infame es famoso, no así lo contrario. El responsable de este juego de espejos fue Virgilio, creador de la alegoría de la Fama así nos la presenta a raíz del primer encuentro clandestino de Dido y Eneas en una cueva: “Sale al punto la Fama a toda Libia, veloz como ninguna, horrible plaga… tan rápidos los pies como las alas, vestiglo horrendo, enorme… un ojo en vela siempre, con otras tantas bocas lenguaraces y oídos siempre alertas… regando por los pueblos mil noticias…ciertas las unas, calumniosas otras”. Recién en el Renacimiento, la alegoría virgiliana será reemplazada por una hermosa adolescente alada -y así la identificamos en la actualidad-, casi siempre tocando una trompeta y muchas veces en imagen doble, como el dios Jano, lo cual indica que ésta proclama indistintamente la verdad y lo elogiable -alegorías con la cual la identificamos en la actualidad- o la verdad, la mentira y lo repudiable -alegoría hoy en desuso.
Los dos extremos, fama e infamia, se tocarán también en los valores judeocristianos, es sabido, al Señor lo regocijan los necios y los infames, por eso creó tantos desde los tiempos bíblicos al presente. Caín, el primer homicida bíblico, fue fundador de la primera ciudad de la que se tenga memoria a la cual bautizó con el nombre de su hijo, Enoc; y Enoc tuvo por hijo a Lamec, padre de dos vástagos famosos: Yubal, padre de los que tocan la flauta y la cítara, y Tubalcaín, artífice del cobre y del hierro. El Señor premió al primer infame con una noble descendencia que habrían de perpetuar el urbanismo, artes y ciencias, pero ya lo había protegido antes con aquello de: “El que mate a Caín, lo pagará siete veces”.
Fue el pintor Otto Dix quien acuñó la frase “seré famoso o tristemente célebre”; agudo observador de la realidad de las trincheras de la Primera Guerra Mundial y feroz crítico del advenimiento del nazismo, Otto Dix sabía de lo que estaba hablando. Porque ya Dios legitima y premia a la hermandad de famosos infames, que se han destacado a lo largo de la historia, entre otros y tomando dos casos extremos, de la antigüedad clásica a nuestro siglo: Eróstrato y Osama Bin Laden; los dos recordados por destruir obras de las cuales no se conocen a sus creadores. Eróstrato encendió fuego al templo de Artemisa en Éfeso y, pese a que se prohibió, bajo pena de muerte, el registro de su nombre para perderlo en el Tártaro del olvido, seguimos rememorándolo; Osama Bin Laden por ser el cerebro de un atentado que se pudo ver por televisión.
Marcel Schowb y Jean Paul Sartre homenajearán el primer caso; el compositor Karlheinz Stockhausenel segundo.
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.
|