Imágenes 5/31/2021
Danilo Albero Vergara escritor argentino
Literatura, relatos, crítica, comentarios sobre libros.

Leo en un artículo de un diario mexicano una nota sobre fotos famosas, sugestiva por el título que, si no es un pleonasmo, da lugar a una confusión semántica: “Imágenes icónicas del siglo XX”; una de las acepciones de ícono es imagen, palabra que admite derivas. La primera es la segunda acepción del vocablo “idea”; para la RAE: “imagen o representación del objeto percibido que permanece en la mente”, significado derivado del griego antiguo idéa (aspecto, apariencia); de donde resalta la polisemia de “imagen”. Según RAE: “figura, representación”, que puede aludir a la pintura, escultura o fotografía también a la idea que uno tiene de algo, i.e. “la imagen pública de alguien”. A su vez ícono, deriva del griego eikon (semejanza, imagen, retrato) que engloba a las acepciones referidas en las palabras antes mencionadas. En mi carácter de fotógrafo amateur, reflexiono sobre la nota del diario mexicano.

Una de las fotos “icónicas” del artículo -y de mi antología- es Muerte de un miliciano, producida durante la Guerra Civil Española, en el atardecer del 5 de septiembre de 1936, en el fragor de la carga de soldados republicanos, contra una posición franquista, muestra a un miliciano en el momento en que corre fuera del campo visual de la toma y es abatido por una bala enemiga desplomándose con los brazos abiertos. La foto fue publicada en el semanario francés Vu, posteriormente en Paris-Soir y Regards; y en, julio de 1937, en Life, ahora con nota al pie: “Un miliciano español en el momento en que cae, alcanzado por una bala en la cabeza”. Al igual que en Europa, la foto causó sensación en Estados Unidos, pero en este caso con ribetes de escándalo , molestos por la imagen explícita de violencia; algunos lectores escribieron cartas de queja a la redacción. En lo personal, esta foto me cautiva porque fija el instante en que un hombre pasa del estado de vida al de la muerte; el momento en que su cuerpo pierde 21 gramos que, según película homónima de González Iñárritu, es el peso que pierde un cuerpo al morir. Eso es todo, nada podemos saber qué pensaba el miliciano en ese momento ni de su vida anterior; cada foto incluye una molécula de información y un universo de desconocimiento; mientras más muestra, menos sabemos. Aquí reside la diferencia de la representación fotográfica con la pintura y el dibujo -en las dos últimas, la información suele acompañar o preceder al ícono-. Hay un punto de inflexión, y es otra foto en la que un hombre pierde 21 gramos, pero sabemos todo de la vida de los involucrados.

El 1 de febrero de 1968, mediando la guerra de Viet Nam, Eddie Adams, fotógrafo de Associated Press, registró el momento en que Nguyen Ngoc Loan, general de la policía survietnamita, uniforme de combate, chaleco antibalas y camisa arremangada, le dispara en la sien derecha y a quemarropa a un prisionero vietcong, de camisa a cuadros de mangas cortas, que acaba de ser capturado, con evidentes huellas de golpes en el rostro y las manos atadas a la espalda. Esta foto es la tercera de una secuencia de cuatro: la primera y la segunda, cuando el cautivo avanza rodeado de soldados, y la cuarta, el momento en que el impasible Nguyen Ngoc Loan enfunda su revólver y el prisionero, de pantalones cortos negros y descalzo, ha perdido 21 gramos y está en el piso, en su último estertor, tiene las piernas encogidas y los dedos de los pies contraídos.

Ya en mi rol de fotógrafo, la nota me hizo fantasear acerca de qué momentos de la historia me hubiera gustado registrar para que sean tenidas por “imágenes icónicas”; incluyen momentos históricos de los que me hubiera gustado ser testigo: estar con los misteriosos pintores y pintoras de las cuevas de Altamira; la construcción de la catedral de Notre Dame; dentro de la ciudad de Constantinopla, durante el asedio, caída y entrada de Mehmet el Conquistador a la iglesia de Santa Sofía; el encuentro de Moctezuma y Cortés; una travesía descendiendo el Mississippi en la época de los vapores a ruedas y otra en un clipper de los que hacían la ruta Boston-China, vía Cabo de Buena Esperanza; acompañar a Lucio V. Mansilla en su excursión a los indios Ranqueles. En estos casos mis elecciones remontan al parentesco e interrelación entre idea e ícono; las fotos que me hubiera gustado hacer remiten a la magia de las imágenes provocadas por lecturas; el intermediario ha sido la palabra. Y una palabra lleva a la otra así, como hay hiperónimos (del griego hyper = sobre, por encima de y onomastós = dar nombre), palabra cuyo significado engloba a otros, i.e. ave es hiperónimo de picaflor y buitre, estimo que hay una hiperfoto, la foto que las contiene a todas.

Es Boulevard du Temple(1838) de Louis Daguerre, tomada desde una ventana, a un desconocido que se prestó, mientras se hacía lustrar un zapato, a posar diez minutos inmóvil para que el fotógrafo pudiera plasmar la placa; hice la cuenta mental de la cantidad de fotos que se podrían hacer hoy en ese tiempo. A esa hora, que supongo mediodía, dada la necesidad de luz natural para registrar la placa, el Boulevard estaría abarrotado de gente y de carruajes; sin embargo, por el largo tiempo de exposición de esa masa en movimiento no se ve absolutamente nada; nada quedó registrado; sólo, en la parte inferior izquierda de la placa sobre gelatina de plata, el cliente y el lustrabotas.

He tratado de imaginar la historia ausente de esos dos protagonistas desconocidos, únicos testigos del ajetreo no registrado a su alrededor; visibilizar lo invisible, lo cotidiano y lo intrascendente. En ese daguerrotipo, medio París podría estar presente, pero no se ve, porque la imagen concierne a una sola persona; ¿y de qué manera ha sido captada y va a ser recordada esa vida desconocida?: en un momento banal; haciéndose lustrar los zapatos. Un gesto que, de improviso, asume el sentido de toda una existencia humana. Me pareció abismal y, a la vez, la quintaesencia del arte de la fotografía. 

 

 


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