Los animales domésticos más solicitados a la hora de las preferencias son gatos y perros. Los segundos demandan una especial dedicación, mostrarles afecto y ajustar nuestra rutina hogareña al simple hecho de que necesitan un mínimo de actividad al aire libre; es necesario sacarlos a pasear dos veces por día y portar la bolsita de plástico; se puede concluir que las personas que necesitan dar afecto optan por un perro. Ya en el caso de los primeros la situación varía, son sedentarios, pueden pasar su vida encerrados en un departamento, tienen baño con piedritas en algún rincón y llevan una vida independiente; aparecen cuando necesitan mimos o comida, no suelen perturbar con maullidos, usan las pertenencias de sus dueños como les place; autócratas amos de vida y bienes la casa y todos sus habitantes.
Personalmente me doy bien con gatos y perros, no los tendría de mascotas por varias razones; en primer lugar: sus poseedores no se dan cuenta de que el olor de sus mascotas -y sus pelos- pasan a integrar la atmósfera del hogar, en segundo, se habitúan a que las consecuencias de sus merodeos en: patas de sillones, o tapizados, o lomos de libros, o cualquier elemento masticable o arañable, forme parte del decorado. El caso más extremo que conocí fue el de un play boy y cazador, casado -con “s”- con una famosa vedette y que, hace años, me contactó para que lo ayudara a escribir sus memorias. Este hombre había dado la vuelta al mundo y asesinando cuanto animal valiera la pena, a su criterio, ser embalsamado. Cuando lo visitaba en su mansión de tres pisos en Palermo Chico; nos juntábamos en un infinito salón del tercer piso, desde las escaleras saludaban una cabeza de elefante, otra de rinoceronte, y una de muflón -según me contó, lo había cazado junto con el Sha de Irán-. En su estudio los cadáveres estaban de cuerpo entero, con un pequeño detalle: perros y gatos habían destrozado las patas de un oso y de un león, embalsamados de pie, de manera tal que los cuerpos empajados y con ojos de vidrio, remataban en extremidades de las que solo restaba el armazón de alambre.
Volviendo a los gatos, sus hábitos sedentarios los hacen la compañía ideal de aquellas personas que pasan su tiempo creativo en la soledad e introspección, las ideas e inspiraciones aparecen y desaparecen, silenciosamente, como las compañías gatunas y no es casual que el nombre de estos animales se asocie a ideas polivalentes de vigilias, artimañas y alertas; ya Quevedo advierte, en “Poderoso caballero es Don Dinero”: “…en casa de los viejos / gatos lo guardan de gatos…”, donde “gato” es una bolsa para guardar dinero y, a la vez, ladrón. La polisemia continúa: “gato” puede ser, además: una herramienta para levantar grandes pesos a poca altura - usado para cambiar neumáticos de autos-; también refiere a una persona de hábitos noctámbulos, o astuta; los hay “ágiles como gatos”. El gato de nueve colas es un látigo con remates usado como instrumento de tortura; la gata parida, un juego infantil; un pelagatos, un mediocre; y gatuperio tiene, como una de sus acepciones, la idea de embrollos o intrigas. Cuando alguien intenta estafarnos nos quiere vender gato por liebre, y un arma de fuego de pequeño calibre: un matagatos. Un proverbio en inglés pone coto a tantas habilidades de estos seres ubicuos y polisémicos: “Curiosity killed the cat”.
No obstante, la curiosidad que puede ser mortal es acicate de artistas y científicos; ambos suelen privilegiar a los gatos como mascotas, como lo define Baudelaire en su soneto “Los gatos”: “Los amantes fervientes y los sabios austeros / En su madurez, aman por igual / Los gatos recios y dulces, orgullo de la casa / Que como ellos son friolentos y sedentarios” (Les amoureux fervents et les savants austères / Aiment également, dans leur mûre saison, / Les chats puissants et doux, orgueil de la maison, / Qui comme eux sont frileux et comme eux sédentaires). Poe, en uno de sus relatos, se atrevió a mutilar y asesinar un gato negro, Matisse acostumbraba a pintar en la cama en compañía de uno pequeño y atigrado y otro negro y enorme, y muchos escritores los hicieron personajes de poesías y cuentos, empezando por el Gato con botas: Osiris es protagonista de “Orientación de los gatos” de Cortázar; Borges escribió poemas inspirado en su gato Beppo; “Gato bajo la lluvia” es un inquietante relato de Hemingway; y Guillermo Cabrera Infante reflexionó en un bello artículo sobre su gato Offenbach -“Para mí el mundo se ha dividido en dos clases de personas: las que aman a los gatos y las otras. Las personas que no saben lo que se pierden por no tener relaciones con un gato”-. Por último, hay una ciudad que no se concibe sin sus felinos: Estambul, donde han tenido el privilegio de acompañarla desde su fundación, para formar parte de la población y cultura; además, inspiraron un bellísimo documental. En “Kedi, gatos de Estambul”, la directora turca Ceyda Torun nos da un paseo por la ciudad siempre desde la perspectiva de los gatos, la cámara a nivel del piso acompaña derivas felinas por calles, portales, entre los pies de los transeúntes, mercados, balcones, techos y azoteas. Una de las ciudades más fascinantes que he conocido en un recorrido de casi ochenta minutos, con gatos como guías, filmado con la sutileza y el arte felino de Ceyda Torun.
De mis años de ingeniería guardo dos fugaces recuerdos de Física II y la mecánica cuántica, uno: el “Principio de incertidumbre” de Heisemberg quien determinó la imposibilidad de conocer con precisión ciertas características de las partículas subatómicas, como son posición y velocidad, si conocemos una no podemos conocer la otra. Si definimos dónde esa partícula está, en virtud del movimiento, la perdemos de vista; por el contrario, si la seguimos en sus evoluciones, no sabemos dónde estamos; excelente metáfora para los gatos. El otro principio, y cuya fundamentación no recuerdo, es una paradoja: “El gato de Schrödinger” que, en un habitáculo cerrado, y en un instante determinado, puede estar vivo y muerto simultáneamente. Rescato de estos dos recuerdos una extrapolación para estos momentos de pandemia, de futuro y final incierto: el giro inesperado que pueden tener nuestras realidades, proyectos y certezas.
Esta época de incertidumbre me lleva a un ensayo cuya lectura me marcó La edad de la incertidumbre (The Age of Uncertaninty, 1977), donde el autor aludía a otras incertezas, no siniestras como las presentes, que anunciaban un futuro que aparecía promisorio, y como ese futuro debería ser administrado con sabiduría por los políticos. Ciertamente esta pandemia, suerte de castigo divino contra la cual todavía la ciencia no ha dado todavía certezas, también está en manos de los políticos.
Pero, hasta ahora, el único futuro visible parece estar signado por la sentencia de otro pensador, Groucho Marx, por aquello de: "La política es el arte de buscar problemas; encontrarlos en todas partes, diagnosticarlos erróneamente y aplicar remedios inapropiados ("Politics is the art of looking for trouble; finding it everywhere, diagnosing it wrongly, and applying unsuitable remedies.")
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.
|