Es común encontrar en la literatura, que dos o más autores se proponen escribir un texto en conjunto, y hay famosos dúos que generaron obras impresionantes, de las cuales no hay discusión de autoría.
Me preguntaba si en el arte pictórico ocurriría tal suceso, artistas plásticos que hayan trabajado en a dúo, sobre una obra y la autoría esté perfectamente repartida sin discusión.
Pregunté a los especialistas, y encontraron difícil un ejemplo, por lo menos entre los grandes.
Se sabe que los grandes maestros solían tener sus aprendices, y que alcanzar la excelencia implicaba pintar una obra que firmaba el maestro, como un deferencia por haber alcanzado tal perfección que mereciera su firma. Esta tradición, ha causado que no pocas obras mantengan la duda de su fuente, hay algunos que defienden que si una obra es indiferenciable entre el aprendiz y el maestro, la firma de maestros es la que vale, lo que por supuesto impacta en el mercado de valores y en la historia de la obra.
Compartir en arte pictórico es compartir temática, teorías, escuelas, pero no parece posible que haya más de un nombre en la firma.
Liderar un trabajo de arte tiene un sello, no sólo la mano y el ojo, empeñarse en el estilo es una de las pocas características intransferibles, dicen algunos, sin embargo hay un espíritu de connivencia, de vibración, de admiración, que hace que un escritor ceda el compartir un trabajo literario, resulta difícil no creer que las mismas cualidades le falten al arte de la pintura.
Es tal vez, lo que hace tan particular una obra de arte pictórica: la imposibilidad de la duplicación exacta, ya que compartir implica que el uno es capaz de replicar lo del otro, desarrollar características tan únicas, en el rubro pintura es más bien un acto de plagio.
Luego está el proceso del ego, ¿es tan particular en ese rubro que imposibilita compartir la gloria? Es una pregunta que me hago, no una afirmación.
El proceso comunicativo, empático y de fascinación de una obra pictórica es una experiencia de los sentidos que no se puede describir, una conjunción entre artista y espectador que impacta en el sentido de la obra, y en el observador.
Hay una teoría de la física, bastante comprobada, que dice que lo que se observa se altera con sólo ser visto por el observador, las obras están sometidas a las mismas leyes físicas, de manera que los niveles de impacto cambian con el tiempo, con el observador y el ahora, sabemos, el aporte de la mirada de cada uno; me pregunto si tendría importancia la doble firma, o siquiera la especulación entre maestro y aprendiz.
Y me respondo que el arte, en tanto objeto de deseo, mueve intereses más allá de lo espiritual, la atracción del arte tiene su precio y es incontrolable, es inasible, la especulación va de la mano de los nombres, no es lo mismo observar un original que uno sospechado, hay una cuestión de números; y esto me recuerda que todo caso tiene su excepción: al final de la guerra quisieron apresar a Han van Meegeren, un artista neerlandes que vendía Veermeer a los Alemanes, Hitler, Goering, culpándolo de traición a la patria. Durante el juicio tuvo que demostrar que eran falsificaciones que él mismo producía, pintando un cuadro en presencia del jurado, lo que cambió la carátula del caso de traidor a falsificador, y como a la realidad le gustan estas muecas, hoy, los falsos Vermeer de Meegeren son más valiosos que los del autor que plagió.
Aún busco esa obra con doble firma, si alguien me ayuda, le estaré agradecida.