En el curso de francés la profesora nos trajo copia de un artículo de 2011 con un título por demás sugestivo Facebook, un reseau antisocial? (¿Facebook, una red antisocial?), publicado en la versión digital de una revista de rock. Leímos y comentamos en clase y llevamos como proyecto escribir un trabajo de una carilla, debíamos exponer nuestros argumentos a favor o en contra de las redes sociales.
Además del más viejo del grupo, en la clase siguiente, me di cuenta que soy el más escéptico con respecto al verdadero valor de "amistad" que se podría entablar a través de las redes sociales. Esto de "más viejo" alude, aparte de mi edad a mi carácter "herético" en esta nueva liturgia; porque a un par de compañeras y compañeros apenas los supero en algunos años. La diferencia está en mi incredulidad por la eficacia de las redes a la hora de entablar nuevas amistades. A mi breve experiencia me remito.
A mediados del año pasado, cuando Ana diagramó mi web realizó ajustes para que todo lo que publicara en ella automáticamente se replicara en mi blog y, con links en Facebook y Twitter; también me anticipó del carácter volátil y pando de las relaciones que uno entabla en las redes sociales.
Ana, vieja amiga, es un hallazgo -hace años que me advirtió "no se te ocurra armar tu web sin consultarme"- porque, además de programadora es escritora. No es fácil encontrar a una dama que, además de fina lectora, tenga el cerebro, los dedos, y la maldad de un hacker; una mamba negra de la informática. Su única contra, tiene el sentido del humor de un ninja; pero sus vaticinios fueron tan acertados como los de Casandra.
Actualmente, en Facebook sigo y me siguen 296 amigos; en Twitter estoy siguiendo a 173 -de ellos más de una docena de diarios, agencias de noticias y revistas- y me siguen 170. Mi criterio para ambas redes ha sido artístico y literario, busco amistad con colegas escritores, académicos, críticos, periodistas y libreros. Con mis relaciones en Facebook brillan más sorpresas y decepciones que satisfacciones. La más estridente de las sorpresas: un escritor amante de la ópera resultó ser un fanático de las armas de fuego y los cuchillos -algunos de sus mensajes destilan un sectarismo anti islámico y un racismo que da repelús-. En uno de sus últimos mensajes exhibe la foto de 6 balas calibre 45 con el siguiente mensaje "estudios recientes muestran que uno de estos chips, implantados en la cabeza de un delincuente, reducen en un 100% la posibilidad de otro crimen"; por no citar otras linduras pro franquistas y de un fundamentalismo religioso que dejaría sin habla al gang Le Pen.
Suman a mi tedio amistades que publican, más de 10 veces por día, a propósito de temas que nada tienen que ver con la actividad por la cual les he solicitado -o aceptado- amistad, fundamentalmente fútbol o escándalos de la farándula. Un escritor "amigo mexicano" -con el cual compartimos, además, la pasión por el box y la literatura ligada a su práctica- publica posts literarios interesantes en Facebook , durante dos meses comenté sus mensajes, le propuse encontrarnos en mi próximo viaje a México y aceptó. Sin embargo, nunca comentó mis notas; visité su blog, leí varias notas, algunas me gustaron y se lo hice saber. Lo invité a que visitara mi página y blog; posteó diciendo que le habían encantado ambas -una herramienta que Ana instaló en mi sitio reveló que no hubo visitas-.
Otro aspecto divertido de Facebook es un tópico -o, según la RAE, "lugar común que la retórica antigua convirtió en fórmulas o clichés fijos"- que publica algún miembro de la red de cuando en cuando. Es una carta cliché, más o menos glosada, ya que la redacción es en todos los casos calco de otras, que comienza, por lo general, con un "Me harté...", para luego expresar el desengaño de su autor por la falta de diálogo con sus amigos y estar dispuesto a borrarse de Facebook. Les respondo con otro tópico de mi autoría: si la reciprocidad es válida; si ellos a su vez no hacen el mismo silencio del cual se quejan. Nunca contestan, tampoco me borran de su lista.
Balance escéptico, los únicos amigos con los que mantengo fluida correspondencia en las redes sociales son aquellos a los que conozco personalmente. Lo cual, desde un punto de vista de sociología de café, es lógico: no se puede tener una amistad fluida con 300 personas.
Concluyo que mi escepticismo con la consistencia de los mensajes en las redes sociales era anterior. A principios de año, a propósito de la gente que se mata por sacarse una selfie, escribí un artículo en mi blog Selfie made -¿dead?- man. El origen de esa nota fue una investigación que realicé: por día se publican más de 50 millones de fotos en Instagram y unas 6 veces más en Facebook.
Ya lo dice un viejo proverbio francés: Chacun pour soi, Dieu pour tous.