Ahí estoy, en el supermercado, frente a las botellas de vino, las borrosas marcas, detrás de la cual, del otro lado de la góndola, un hombre mira fijamente las etiquetas, o eso creo.
No tarda en levantar la vista. Sólo esos ojos me hacen presentir la sonrisa tapada por las botellas. Es guapo, pienso; tanto como para acomodarse a un sueño de una tarde acompañada de buen vino.
Se acerca dando una vuelta; te conozco, ojos azules; dice, detrás de un perfecto olor masculino que llega antes que la voz y la promesa de alcohol en la mano.
No creo, pienso; esas palabras son suficientes para darme vuelta e irme sin volver la cara para enfrentar la conjetura de un desconcierto.
Es la peor frase que podés escuchar cuando estás dispuesta a comenzar una historia de amor salvaje, neutraliza la condición de ser furtivo.