Desde mediados del siglo XIX nuestro continente recibió inmigrantes, incentivados por los gobiernos para habitar territorios desocupados y potencialmente productivos, otros por razones, raciales, guerras o hambrunas; llegaron con el sueño de “hacer la América”.
Un caso de emigración masiva contundente fue Irlanda donde, a raíz de la “Gran hambruna” (Great Famine), entre 1845 y 1849 perdió dos millones de habitantes, la mitad de hambre y la otra por emigración, en su gran mayoría s los Estados Unidos.
Desde la última década del siglo XX, la tendencia se ha revertido, los habitantes del sur del Río Bravo buscan cruzarlo o saltar el océano rumbo a Europa. Ahora los descendientes buscan volver a la tierra de sus ancestros.
La historia se repite, no como farsa sino como tragedia: México pone trabas a las personas que, desde Guatemala, quieren entrar en su territorio y en Estados Unidos hay quienes hablan de rechazo masivo a los inmigrantes, en muchos casos por simples motivos raciales o porque “se comen a los perros y gatos”.
Termino de releer Las suplicantes de Eurípides, la tragedia me gustó mucho más que la primera vez; uno de los aspectos enriquecedores de volver sobre textos transitados -en esta obra, la última vez hace más un lustro-, es percibir como, con nuevas capas geológicas de lecturas y acontecimientos históricos, el contenido y mensaje es otro. Las costas del Mediterráneo saben, desde los orígenes de la literatura, de exilios o deseos de volver a casa; en el primer caso Eneas y su hijo huyeron luego de la caída de Troya; tras una escala en Cartago llegaron a Sicilia y desde allí a la península. Ahora no es tan fácil y menos literario, gran parte de quienes intentan el cruce termina en el fondo del mar; pero siempre con la mira en el punto de llegada a Europa del héroe troyano y padre literario de la historia fundacional de Roma.
En el deseo de volver a casa, con Ulises y, siglos antes, Jasón y sus compañeros tenemos un antecedente del regreso a la patria de los antepasados; ya el poeta Ovidio, muerto en el exilio impuesto por el emperador Augusto, recreó, en Cartas de las heroínas, su versión de Penélope esperando al marido ausente.
En Las suplicantes, las cincuenta hijas de Danao -las Danaides-, para evitar matrimonios forzados -violencia de género avant la lettre- huyen de Egipto y llegan a Argos donde piden asilo al rey Pelasgo, que éste concede. El drama fue una suerte de anticipación de circunstancias que, veintiséis siglos después, tendría caracteres de globalización, en movimientos y cantidad de desplazados. Actualmente no son cincuenta sino millones los que, desde África profunda, Asia, Oriente Medio y Lejano, buscan cruzar al otro lado del Mediterráneo.
En las últimas décadas, la cantidad de fugitivos a causa de la invasión Rusa a Ucrania, las persecuciones de dictaduras fundamentalistas y, en los ’90 del siglo pasado, la guerra en los Balcanes entre croatas, serbios, albaneses y bosnios que conllevaron matanzas y venganzas entre cristianos y musulmanes, provocaron huidas en masa en busca de paz y seguridad en nuevas patrias. No es sencillo, muchas fronteras del este de Europa se han forestado con bosques de alambradas y barreras de control, infranqueables hasta para emigrantes en tránsito a países donde recibirán asilo y que, por carecer de recursos económicos o restricciones en los vuelos, no pueden llegar en avión y emprenden el camino a pie. En América y Europa, los focos de solidaridad de la población con los transeúntes son extirpados por orden de los gobernantes.
En el norte africano, Europa tuvo controlada la situación inmigratoria de África, en una suerte de “solución final” -cara a los nazis- con la asistencia del dictador libio Muhamad Gadafi a quien toleró, en parte por el petróleo, en parte porque reprimió de manera salvaje todo intento de huida hacia las otras costas del Mediterráneo. El todopoderoso dictador libio, luego de una revuelta armada de semanas, huyó y estuvo desaparecido por días, fue capturado en un desagüe y en medio de sevicias filmadas con un celular, una mano anónima le propinó una puñalada en el sieso, otra anónima puso fin al martirio con un compasivo balazo. Sin freno volvió la avalancha inmigratoria. Surgió un nuevo concepto de frontera: “las fronteras exteriores” (Frontex), con el cual Europa extiende sus límites virtuales hasta el corazón de África.
Vuelvo a Las suplicantes y Eneida, y acude mi percepción del actual drama, ahora con la contundente foto que hice en Sicilia en la Cattedrale di San Nicolò, en Noto, a media hora de tren de Siracusa, extremo meridional de la isla y el más próximo de Italia al continente Africano. En el vestíbulo, delante de una columna, “Spoglio” (despojo o desnudo), una cruz sin Cristo, del escultor Elia Li Gioli. “Despojo” es literal y oxímoron, un fúnebre pero colorido ensamblado de maderos pintados de rojo y azul, colores característicos de las pateras, sobre un armazón de hierro; los restos de una embarcación encallada en la costa, quizá las mismas arenas que acogieron a Eneas y su hijo Ascanio. El mudo despojo es locuaz, nada se supo de sus ocupantes.
Las Danaides encontraron un nuevo hogar, otra oikos (casa) segura; una nueva patria. Una locución latina recuerda esta peregrinación: Ubi bene ibi patria (donde se está bien, allí está la patria); necesidad -mejor derecho- hoy negado a los exiliados.
Exilio viene del latín exsilium (destierro), la etimología anticipa otras tragedias, comunes, a todos los que hoy, infructuosamente, buscan refugio en otros países.
Las causas de la emigración irlandesa por la Great Famine, siguen contundentes, el Secretario del Tesoro Charles Trevenian y el primer ministro británico, John Russel, además de rango de funcionarios coloniales, seguían las doctrinas de libre mercado de Adam Smith y del “dejen hacer, dejen pasar” (laissez faire, laissez passer), completa libertad de la economía; no dieron ninguna asistencia, debían ser los hambrientos irlandeses quienes buscasen ayuda. “Alguien se va a ocupar de ellos”. Con la crisis del ’29 en Estados Unidos, Andrew Melton, multimillonario secretario del tesoro del presidente Hoover tuvo una propuesta similar, “liquiden a los desocupados y a los que protestan, todo irá hacia arriba”. Volvimos a escuchar esa frase en mayo 2024 en California, “la gente va a decidir de alguna manera para no morirse, entonces no necesito que alguien intervenga para resolverme la externalidad del consumo porque, a la postre, alguien lo va a resolver”.
No siempre es tan laissez faire, laissez passer; en mayo de este año, casi en simultáneo con el “alguien lo va a resolver”, Elon Musk pidió al gobierno de los Estados Unidos que limite la posibilidad de que los autos eléctricos chinos se vendan en el país, para que no compitan con sus Tesla, y reducir la posibilidad de que los vehículo fabricados en China se puedan vender a precios competitivos.
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