En Diálogos de los dioses Luciano de Samosata, entre sus desopilantes chicanas en tono de guasa sobre los dioses del Olimpo, enumeró sus desaciertos y aciertos al momento de poblar el mundo. Dentro de los primeros, está el caso del toro que, para Luciano, debería tener los ojos entre los cuernos, de esa manera vería mejor cuando atacaba; pero supieron corregir ese error con el elefante; por lo tanto, concluye, primero crearon al toro. Entre los aciertos, la reflexión de que los humanos hemos sido dotados de un par de orejas y una sola boca, para escuchar el doble de lo que hablamos y aprender de la cordura del silencio.
Dieciséis siglos después, el escritor y polígrafo Lafcadio Hearn, entonces residiendo en Nueva Orleans, publicó Gombo Zhébes, antología anotada de proverbios Creole, que incluía la versión en lengua Creole y la traducción en francés e inglés. En ella se revela en todo su esplendor el sincretismo cultural entre amos y esclavos que tuvo transculturaciones, en ambas direcciones, apadrinadas por dioses y prácticas de ritos africanos y las Siete Musas: religiosas, estéticas, culinarias musicales -instrumentos incluidos.
El proverbio 79 de Gombo Zhébes trasciende el universo afro, francófono, católico apostólico romano –síntesis de la cultura Creole–: “C’est langue crapaud qui ka trahî crapaud” (Es la lengua de la rana la que traiciona a la rana). Lafcadio Hearn explica los problemas de articulación de los nativos africanos para pronunciar la palabra acertada en francés, grenouille (rana), y su reemplazo por sapo (crapaud). Lo importante es el origen gastronómico del proverbio: la abundancia de la rana toro (bullfrog) en la cuenca del Mississippi hizo la delicia de los colonos franceses de la Louisiana, degustadores de las ancas, de allí el despectivo exónimo que acuñaron los angloparlantes para referirse a ellos y que pervive hasta el presente -en las novelas de Ian Fleming es frecuente en boca del 007-: frogs (ranas).
En los pantanos de la Louisiana, las descomunales ranas toro eran fáciles de atrapar; en horas de la noche, su canto orientaba a los cazadores con lo cual pasaban del arroyo a la olla y, de ambos, ingresaron en la paremiología Creole.
Tenemos un proverbio con el que se podría equiparar: “El pez por la boca muere”; pero no es lo mismo, el pez pica un anzuelo tentado por el cebo y el hambre; cantar es una forma de comunicarse y, a veces, al hacerlo, ranas y humanos se condenan. Por eso es imposible transitar por el camino del saber callarse sin jalonarlo de citas y proverbios que nos advierten del peligro de ser suelto de lengua.
La historia de quedar condenado por palabras o promesas desatinadas ya aparece en la Biblia; Esaú, hambriento, no dudó en vender su primogenitura por un guiso de lentejas a su hermano Jacob. Por su parte el de multiforme ingenio Ulises optó por el nombre Outis (Nadie) cuando, junto con sus hombres, fue atrapado por Polifemo. Pero sucumbió a la soberbia y esta le desatrailló la lengua; no pudo quedarse callado cuando, luego de cegar al Cíclope, al momento de huir, le gritó desde la popa de su cóncava nave que le dijera a su padre, el dios Poseidón, que quien lo había cegado había sido Ulises. La fanfarronada dilató diez años su regreso a Ítaca y la muerte de los compañeros.
También María Antonieta pecó de escasa de prudencia, cuando le informaron que el pueblo se quejaba por la falta de pan, tuvo el inolvidable exabrupto: Qu'ils mangent de la brioche (“Que coman pasteles”), poco oportuna declaración que sumado al fervor revolucionario le costó la cabeza y no metafóricamente. Tanto a Ulises como a María Antonieta les habría venido bien la reflexión -anacronismo mediante- de Martín Fierro: “Y naides se muestre altivo / Aunque en el estribo esté / Que suele quedarse a pie / El gaucho más alvertido”.
Esta rara habilidad del ser humano de no saber callar ha resultado en advertencias, comunes a todas las culturas, sobre el arte de saber mantener la boca cerrada, desde el “el hombre es amo de las palabras que calla y esclavo de las que pronuncia”, de origen árabe, al “es mejor permanecer callado y ser considerado tonto que hablar y disipar toda duda”, de Abraham Lincoln. Lo cierto es que en el reino animal para aves o ranas, el cantar es mayoritariamente atributo de los machos, otro tanto pasa con los plumajes y colores vistosos. Una excepción es el caso de la gallina que cacarea luego de poner un huevo. Las patas no lo hacen y se consumen más huevos de gallinas que de patas. Pluma y canto van ligados a la ostentación, que hacen a sus poseedores presas fáciles, en la cadena trófica, de hambrientos predadores que se aproximan silentes y camuflados.
Hemingway, que de fanfarronería y ostentación sabía bastante, supo sacar conclusiones de algunas de sus homéricas metidas de pata, a veces borracho, y sentenció al respecto: “Lleva dos años aprender a hablar y sesenta aprender a quedarse callado” (It takes two years to learn to speak and sixty to learn to keep quiet). En The American Bar de Londres, que el escritor acostumbraba a frecuentar durante los años de la Segunda Guerra Mundial, hay, un cartel donde también reflexiona sobre las ventajas de no ser bocón sobre todo a la hora de estar pasado de copas: Always do sober what you said you'd do drunk. That will teach you to keep your mouth shut (Siempre haz sobrio lo que dijiste que harías estando borracho. Eso te enseñará a mantener la boca cerrada).
En películas policiales hemos asistido a la advertencia que hace el policía al arrestar al sospechoso o criminal atrapado in fraganti, más o menos: “Tiene el derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra en un tribunal de justicia. Tiene el derecho de hablar con un abogado y que un abogado esté presente durante cualquier interrogatorio. Si no puede pagar un abogado, se le asignará uno pagado por el gobierno”. Este protocolo es conocido como Miranda warning (advertencia Miranda) y sintetiza los proverbios que advierten acerca de la importancia de no hablar más allá de los límites de la cordura.
En algún momento de nuestra vida hemos necesitado -y necesitaremos- de alguien que nos recuerde la prudente Advertencia Miranda. Que además también nos lleva a la literatura, por aquel pasaje de Calderón de la Barca de La vida es sueño: “mejor habla, señor, quien mejor calla.”
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