Hace diecisiete siglos el griego Calístrato nos dejó en su libro Imágenes (Eikones) una descripción de catorce estatuas y cuadros, de cuya existencia real no hay constancia. Una de las estatuas descriptas, absolutamente actual en simbolismo, es un bronce que representa Oportunidad, un niño de pies alados, como el dios Mercurio, parado en una esfera. La cabellera, de bucles alborotados, cae sobre las cejas y se abre en las mejillas.
La idea de Oportunidad, para los griegos, estaba relacionada con el concepto temporal de Kairós, que se opone a Chronos. Kairós es el tiempo preciso y justo en que una ocasión se nos presenta como un momento de calidad y disfrute, cuando se está inmerso en una experiencia placentera y se pierde noción de la hora. Ya el dios Chronos –al que los romanos identificaban con Saturno– es el tiempo que se acumula y del cual se encargan de registrar relojes y cronómetros.
Chronos se casó con su hermana Rea y fue anoticiado que sería destronado por uno de sus hijos; ante el vaticinio, optó por devorarlos ni bien nacían –en esta actitud lo representa Goya en una de sus pinturas negras–; su particular dieta de theobroma (de griego theos= dios y broma= alimento) incluyó a gran parte de los dioses del Olimpo; cuando nació Zeus, Rea engañó al padre con una piedra envuelta en pañales y ocultó al niño en la tierra para que fuera educado a escondidas. Zeus, adulto y ayudado por su madre, atacó al padre y lo hizo vomitar a sus hermanos; un supérstite de la dieta de Chronos remite a nuestra mesa con el fruto del Theobroma cacao, nombre científico del chocolate, alimento adictivo, si lo hay, y que reina en el Olimpo de la repostería.
Justamente por ser tan fugaz, Kairós tiene un origen incierto, se lo supone hijo de Zeus, pero se ignora quién fue la madre y si tuvo descendientes; pero su presencia es una constante en el arte y la retórica. María Elena Walsh nos cuenta de la búsqueda de este tiempo en su canción de Osías, el osito en mameluco, cuando entró a un bazar para hacer su compra y pidió: “quiero tiempo pero tiempo no apurado / tiempo de jugar que es el mejor / por favor, me lo da suelto y no enjaulado / adentro de un despertador”.
En retórica y oratoria, Kairós alude al momento adecuado para exponer nuestros argumentos –también hace a normas de etiqueta y cortesía–, el carácter fugaz e inasible de estas oportunidades hizo a Diderot acuñar la frase “el ingenio de la escalera” (l’esprit de l’escalier) y que refiere al instante en se nos ocurre la frase o respuesta indicada, pero ya es tarde, porque estamos bajando la escalera de la tribuna, el debate concluyó; el mismo tiempo rige en las payadas o en un pase acertado en algún juego de equipo.
Dentro de la literatura hay tres términos ligados con el uso de las palabras y que demandan, al momento de escribir o corregir, de la protección de Kairós: bon mot (observación hábil e ingeniosa); mot juste (la correcta para la ocasión) y mot propre (el término preciso).
La puerta de acceso a estos instantes iluminados por Oportunidad, tiene de portera a la diosa Fortuna (Tyché), que suele ser representada haciendo malabarismos con una pequeña pelota para simbolizar lo incierto de sus designios; a veces nos agasaja con el cuerno de la abundancia otra, nos envía a los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Así la estatua de bronce, tamaño natural, que nos describe Filóstrato, presenta algunas coincidencias con la representación de Tyché; el niño está parado sobre una esfera, la pelota con la que la diosa hace sus juegos malabares, tiene los pies alados para indicarnos la fugacidad de esa ocasión; además, los bucles en la frente caen en cascadas por los costados de las mejillas; en la parte de atrás de su cabeza, tiene el cabello cortado al rape, mostrando el nacimiento de sus rizos. Porque Oportunidad es fácil de tomar cuando se acerca, una vez pasada no es posible atraparla. Nosotros decimos “a la ocasión la pintan calva”.
Además, la buena suerte, para ser tal, tiene que venir acompañada de la coincidencia, debe aparecer en el momento justo. Y de esto da cuenta Dino Buzzati, en El desierto de los tártaros; Drogo destinado a una guarnición de frontera, la fortaleza Bastiani, pasó su vida a la espera de la invasión de los tártaros. Cuando llegaron ya era muy viejo para combatirlos y fue enviado a retaguardia.
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