Literatura, relatos, crítica, comentarios sobre libros.
Leemos en Macbeth (1:7) que, cuando éste duda de asesinar a Duncan, la esposa increpa diciéndole que no se justifique “como el pobre gato del cuento”; Lady Macbeth alude al adagio latino catus amat pisces, sed non vult tingere plantas (el gato querría comer pescado y no mojarse las patas). Un ejemplo semejante, aunque de manera elíptica y sin completar el refrán, le insinúa Celestina a Pármeno (La Celestina acto 7): “Pues es menester que ames si quieres ser amado, que no se toman truchas…”; ya Don Quijote completará la sentencia cuando le advierte a Sancho “no se pueden pescar truchas a bragas enjutas”. Quien pescar quiera deberá mojarse los pantalones, o algo más; en otras palabras: el que quiere celeste que le cueste; porque no hay logros sin esfuerzos; concepto explicitado en carteles en muchos gimnasios ahora con la consigna en inglés: No pain no gain (sin dolor no hay ganancia).
La idea de la ganancia o logro con la alegoría de la pesca, está asociada a la prédica de otro famoso pescador, ahora de almas, el de Galilea, así leemos en los Evangelios que Jesús pide a sus discípulos que dejen de pescar peces y se consagren a pescar hombres. Esta prédica, entre otras razones, hizo que la silueta estilizada de un pez pasara a ser la señal secreta usada por los cristianos para identificarse, por los años en que esta religión era ilegal en el imperio romano. La imagen estaba compuesta de dos arcos unidos por el extremo izquierdo formando una mandorla -contorno en forma de almendra, usado en el arte bizantino para encuadrar imágenes sacras- en disposición horizontal y cruzados por el derecho, en el esbozo muy estilizado de un pez. El término adecuado para definir esta figura (mot propre) es isotipo, pero no estaba acuñado en los años previos al edicto de Milán (313 de nuestra era) cuando, por orden de Constantino I, cesó la persecución de los seguidores de la fe de Cristo en todo el imperio. Así fue entronizada la imagen del pez como una de las alegorías del cristianismo, la razón fue que una de las primeras lenguas utilizadas para transcribir la Biblia fue el griego; en griego “pez” se dice “ichtus”, que resultó ser el acrónimo de Iesus Christos Theou Uios Soter. Me remito al Greek English Lexicon de Liddel & Scott: Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador.
Así el acrónimo ICHTUS, resultó ser, como isotipo, uno de los hallazgos publicitarios más importantes de todas las épocas, muchas veces me he preguntado si la sobrevivencia de veinte siglos de la teocracia absolutista y no hereditaria más importante e influyente de la historia -el papado vaticano- no se debe a este revolucionario y temprano éxito de mercadotecnia (marketing). Si bien es cierto que ICHTUS hoy está bastante relegado frente a dos isotipos famosos como el swosh de Nike y la manzana mordida de Apple -de netas connotaciones bíblicas: el mordisco de Adán al fruto del conocimiento del bien y del mal; mordisco que, desde entonces, la humanidad tiene atravesado en la garganta-, es cierto que les lleva veinte siglos de ventaja y de sobrevivencia. Demasiado temprano para sacar conclusiones.
El de pescador ha sido considerado un oficio masculino, ¿qué pasa con el bello sexo? -y que las feministas me crucifiquen en el Gólgota de la corrección política entre dos políticamente incorrectos ladrones-, históricamente explotado, sometido o relegado. La mejor respuesta que me acude es la picaresca letra de La chica del 17, cuplé pegadizo, cargado de un doble sentido que enmascara una crítica social más seria, estrenado hace casi un siglo. La historia de la letra es simple: la chica del 17, de la plazuela del Tribulete, anda siempre hecha una pinturita, bien producida, o lookeada, como se dice por estos andurriales. De la bella del diecisiete sabemos que lleva zapatos de tafilete, sombrero de gran copete y abrigo de pedigrí, guantes de cabritilla y medias de seda con espiguilla; por eso vecinas y vecinos chismosos se preguntan “dónde se mete y de dónde saca, pa’ tanto como destaca”; la respuesta de la Chica del 17 nos remite a Macbeth, La Celestina y el Quijote: “la que quiera coger peces que se acuerde del refrán”. Nadie se pregunta las razones del éxito de la protagonista, visible en su aspecto, sino que prefieren ocultar su envidia a través de preguntas insidiosas -y la envidia es pecado capital-, pero no indagan en el esfuerzo invertido para obtener resultados. Si alguien desea algo o busca un logro debe tener presente las palabras de la Celestina “es menester que ames si quieres ser amado que no se toman truchas…”, y de esto dan fe científicos, filósofos y artistas; quien desea algo con vehemencia, algo le cuesta.
Las chicas del diecisiete, han proliferado a lo largo de la historia, brujas o poetas, científicas o artistas, sabias o putas, rebelándose contra tocas y hábitos monjiles, o velos y burkas fundamentalistas; siempre blancos visibles para preguntas como las que acosan a la protagonista del cuplé; pero protegidas por las nueve musas y dejando su huella indeleble en la historia de la humanidad: la manzana mordida del isotipo de Apple.
Las chicas del diecisiete han luchado, y luchan, contra la violencia machista, el medio y la maledicencia, y en esta desigual contienda, parafraseando la milonga Se dice de mí -imprescindible, escucharla en la versión de Tita Merello- “a más de un gil dejaron de a pie”. Es cierto también que en esta contienda, la chicas del diecisiete no necesariamente son solidarias entre sí, es más, a veces suelen estar en trincheras opuestas. Dos chicas del diecisiete de nuestro propio aporte a su historia dan prueba de estas contiendas: Eva Perón y Victoria Ocampo.