Literatura latinoamericana, relatos, ensayos literarios
Pensándolo bien, un título más apropiado sería “1984 y 2020. Mala yuta”; a mis relecturas y a la realidad presente me remito.
En la Epístola a los Pisones -también conocida como Artepoética- Horacio dice al principio: “Los pintores al igual que los poetas, han tenido siempre el derecho de atreverse a todo (Potestas aequa audiendi quidlibet fuit semper pictoribus atque poetis)”; para luego aclarar: “… pero no hasta el punto de ayuntar mansedumbre y fiereza, ni conciliar serpientes con aves y corderos con tigres “… sed non ut immitia coeant placidis, non ut serpentes geminentur avibus, agni tigribus)”. Esta idea de ayuntar mansedumbre y fiereza, colocarse al amparo del policía bueno y el policía malo, me trajo a la memoria 1984 de George Orwell y por extensión un libro que leí, traducido al portugués hace 24 años, Nosotros de Yevgueni Zamiátin. La comparación no es casual, Orwell, aparte de ser un escritor envidiable que vivió siempre fiel a sus principios, descubrió, en su breve paso por la Guerra Civil Española, el peligro que encerraban dos hermanos gemelos, como Jacob y Esaú, los totalitarismos de derecha: el nazismo, fascismo y franquismo y sus hermanos especulares como el estalinismo (hay otros “ismos” más de izquierda, pero la luz del entendimiento me hace ser muy comedido y reticente). De resultas de esa experiencia surgen dos novelas esclarecedoras: Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949). Además, en 1945 publicó un artículo donde anunció el futuro de una amenaza nuclear, que ya no era una guerra sino un equilibrio del terror entre potencias: Usted y la bomba atómica; allí acuñó un término que se dio por muerto luego de la caída del muro de Berlín, pero que últimamente está siendo revivido “Guerra fría”. “Muchos vocablos caídos en desuso renacerán y caerán otros que ahora están en boga”, vaticina Epístola a los Pisones. Ha renacido la época de la Guerra Fría y las democracias viran en dictaduras democráticas.
Los argumentos de Nosotros y 1984, tienen varios puntos en común, de hecho Orwell leyó la traducción en francés del libro de Zamiátin, que era comunista ma non tropo, vio venir las purgas de Stalin y huyó a Francia donde publicó su libro en 1924 -el hecho de que no se haya publicado en Rusia hasta principios de los ’90 no es casual-. Nosotros habla de una ciudad del futuro donde la identidad de cada individuo es reducida a un código alfanumérico -¿su CBU, su número de celular?- y el mundo es un Estado Único; la gente vive en monoblocks de vidrio sin cortinas, los niños son propiedad del gobierno y todas las actividades culturales están prohibidas, la vida sexual está rigurosamente controlada y está prohibido enamorarse. Algo similar pasa en 1984, sólo que el mundo está dividido en tres superpotencias: Oceania, East Asia -que, ¡sorpresa!, abarca China y parte de Asia- y Eurasia -el resto de Asia y Europa menos Inglaterra-. La otra porción del mundo -toda América y algo de África- está en permanente disputa.
Oceania está dirigida por El Partido y El Partido Interior; el primero, minoritario, gobierna; el segundo es el encargado de cumplir las órdenes y administrar. El grueso la población, casi el 90 por ciento, se dedica a trabajar y no tiene ningún poder de decisión. El Partido es conducido por el Gran Hermano, al que todos deben jurar ciega lealtad y obediencia. El Gran Hermano es un personaje digno del Borges de La Lotería en Babilonia, es como Dios, omnipotente, omnipresente y ubicuo. Está en billetes, monedas, estatuas y carteles. El protagonista de 1984, Winston Smith, pertenece al Partido Interior y trabaja para el Ministerio de la Verdad, cito de memoria pero, palabras más, palabras menos, en cierto momento el Estado resuelve reducir la ración de chocolate de, digamos, 400 a 200 gramos por mes, la noticia que él publica es: “El Gran Hermano ha aumentado la ración de chocolate a 200 gramos por mes”.
También enamorarse y el sexo están prohibidos en Oceania, ocurre lo previsible, Julia se enamora de Winston y se lo hace saber, éste duda, cree que es una trampa para probar su lealtad. Pero termina creyéndole, hacen el amor, se vuelven amantes hasta que son sorprendidos y llevados a prisión. Siempre hay una mujer causando la desgracia de un hombre, Pandora, Helena, Eva, las brujas medioevales. Su única posibilidad de redención es ser Lisístratas, Medeas o Antígonas, siempre pagando alto precio por ello.
Me fui por las ramas, luego de una serie de interrogatorios y torturas, los amantes confiesan y son absueltos; cuando se ven no se reconocen, la pasión dejó paso a la sumisión. Ahora sí cito textual, en las últimas líneas, Winston Smith termina solo sentado frente a una mesa: “Cuarenta años le había llevado aprender qué tipo de sonrisa estaba escondida debajo de ese bigote oscuro (Forty years had taken him tolearn what kind of smile was hidden beneath the dark moustache)”; bebe un trago de la única porquería a la que tenían acceso, gin barato perfumado con clavo de olor y llora porque: “Había ganado la victoria contra él mismo. Amaba a El Gran Hermano (He had won the victory over himself. He lloved Big Brother)”.
En Covid-19. El destino ya nos alcanzó, vimos el futuro que nos acecha a los viejos, sólo que ni siquiera nos queda el consuelo de ser reciclados en Soylent Green. Ahora el triunfo está en manos de la Eurasia orwelliana. Vivimos en casas de vidrio que son las pantallas de los móviles, la tentación por dar de licencia sine die al poder judicial y al congreso es una realidad en muchos países del mundo; el sexo está prohibido -perdón no todo, su ersatz el onanismo y su complemento, “el sexo virtual”, son estimulados, hasta ahora los muñecos inflables están permitidos, aunque hay una nueva trata de blancas de ellos por su ausencia en el mercado- y, en nuestro país, como “población de riesgo” estamos sujetos a un permanente monitoreo telefónico para ver qué hacemos. El Gran Hermano nos vigila; cada día es más poderoso. Muchos Parlamentos, sus hordas de asesores y los Poderes Judiciales no han reducido sus raciones de chocolate, pero siguen cobrando sus salarios por quedarse en casa, manejando el poder por sus teléfonos celulares. Solo grupos reducidos de El Partido orwelliano gobiernan por decreto.
Nosotros y 1984, mala yunta y mala yuta, glosando al tango Malevaje, dadas las circunstancias de nuestra realidad, en la versión de Hugo del Carril, podríamos cantar todas las tardes desde los balcones de todo el mundo: “Ya no me falta pa completar / Más que ir a misa e hincarme a rezar, ¡larga vida al Gran Hermano! Pas mal, al fin y al cabo, el Papa es argentino”.