El más visitado, el más conocido y desconocido la vez, el Louvre es inconmesurable.
No es posible estar en París sin pisar el suelo de este Museo, el más visitado del mundo, dicen; las obras de los grandes maestros en pintura y escultura se encuentra allí, en primera persona; pero en realidad, este gran espacio donde el arte se respira en cada centímetro cúbico revela otra realidad, la cantidad de obras antiguas cuyo origen es más o menos oscuro, pertenecientes a muchas culturas, países, tradiciones, sin que se pueda identificar por qué estas obras están en el Louvre.
Tuve oportunidad de visitarlo de una forma privilegiada, con una persona que trabaja allí mismo, investigadora amiga, que me ofreció una de las mejores visitas guiadas de las que participé en toda Europa.
Lo primero que me hizo notar, a pesar del exhaustivo detalle en explicaciones de la sala que elegimos recorrer, durante más de 5 horas - la Egipcia -, que ella, con 10 años de ir todos los días, no conocía ni el 10 por ciento de lo que el museo tenía en reserva.
Todos los días descubría algo nuevo, lo más difícil, explicó, era investigar la historia de casa objeto, justo porque el origen es complejo.
El saqueo regular de las reliquias de todos los tiempos y ciudades antiguas han conseguido borrar la historia de muchos objetos, la falta de presupuestos conspira, requiere tiempo, recursos humanos, elementos de trabajo, y un sinfín de aspectos que tienen que ver con la datación y ubicación geográfica, además de los cuidados de preservación; los recursos con que cuentan los museos proviene, mayormente, de los amantes de la historia de tiempos antiguos como se definen los que dedican su vida a clasificar estos objetos.
El Louvre, junto al río Sena, frente al Arco de Triunfo es a su vez una obra artística; es fácil comprobar para el turista que cada vez que se regresa a París se encontrará con una ciudad distinta, pero siempre se puede contar que en el Louvre la colección permanente sigue allí, como si el tiempo se hubiera detenido allí adentro.
Lo único que a veces cambia, es el espacio que se destina a cada obra.
Estuve parada frente a la Venus de Milo, en la misma posición que muchos años antes, cuando yo tenía algo así como 8 años, mi padre nos había dicho que miráramos con atención esa obra, una de las más importantes del mundo, quién sabe, volveríamos a ver.
Pensé en ese momento, acá estoy, volví a verla, en el mismo lugar. Sin embargo nuestra amiga sonrió, ya que la ubicación de la obra había variado desde entonces.
En opinión de los que trabajan a diario en el Museo, bien podrían mudar a su propia sede a esa obra, así como la famosa Gioconda, para que tengan un paseo propio para turistas.
La única razón que me llevó a ese momento fue la mística del momento, creada hace años por mi padre, porque en el Louvre hay historia, inconmensurable, extraordinaria, como si fuera un microcosmos con gravitación independiente al resto del planeta.
En el Louvre hay un haz temporal diferente donde la historia nos lleva por entre sus grietas, como si entráramos por el hueco del árbol a un mundo del que leímos en libros o vimos en fotografías, la intensa e aislada atmósfera muta en un recinto mágico.
Una de las colecciones más importantes de antigüedades egipcias está alojada en el Louvre, piezas de importancia arqueológica que convoca a investigadores de todo el mundo; hay piezas datadas en 4000 años a.c., a finales de la prehistoria, pasando por la época cristiana.
Algunos indican que estos objetos pertenecen a Egipto y no al Louvre, otros, apoyan el hecho de que están debidamente preservado en este Museo cuya experiencia en conservación es mítica.
Las maravillosas piezas de esta antigua civilización, se exponen al público, en enormes salas, recorrerlas y aprehender el conocimiento y detalle de la colección llevaría años.
Cuando decimos que conocemos el Louvre, en la realidad lo que hicimos es caminar las salas, incluso una ínfima parte, la del turista que sabe que el museo es un paseo insoslayable.
No dejo de pensar que la distribución de las piezas, el orden en que se ubicaron, la información expuesta al público es una pequeña grieta por la que ese pasado trata de llegar hasta nuestro enfoque modernista, un encuentro que se expresa más en asombro que en el hecho de alcanzar algún conocimiento.
En el Louvre conviven una extraordinaria variedad de experiencias cercanas a la idea del viaje en el tiempo; nunca más perfecto el encuentro entre civilizaciones, visiones, espiritualidades, nos hace sentir pequeños, ignotos, y a la vez privilegiados.
París es tan el Louvre como la Torre de Eiffel y una mística de profunda cosmovisión cultural representados en esos dos gigantes del arte; uno como objeto, el otro como historia, a su vez, capaces de contenernos, nos dejan entrar en sus intimidades como si fuéramos invitados especiales de un mundo que parece haber ocurrido en otro planeta.
Y todo esto sin haber mencionado siquiera las fabulosas obras de Miguel Angel, Delacroix y la infinidad de obras de los mejores artistas del mundo.
El Louvre es sin duda uno de los testamentos de la civilización Europea, Egipto, Griegos, Etruscos, Romanos, Islámicos por decir lo menos.
No es posible dar cuenta de la magia del Louvre, hay que vivirla, por un minuto, 5 horas o 10 años, el sortilegio se siembra en quien lo haya visitado y se queda allí dentro en forma permanente.