Literatura latinoamericana, relatos, ensayos literarios
Leí Miguel Strogoff a los siete años, le siguieron Cinco semanas en globo; y El piloto del Danubio del cual tengo vago recuerdo. Entré en la literatura de Julio Verne con tres novelas de aventuras, caras al universo del escritor, pero distantes al sello, más conocido de su obra, las novelas predictivas sobre la ciencia del futuro, hoy llamada ciencia ficción. Queda otro aspecto en la cosmovisión del Julio Verne, la visión pesimista del futuro.
De niño lo acicateó la pasión por conocer tierras lejanas, a los once años intentó embarcarse como grumete en un barco que zarparía a la India. La familia notó su ausencia y lo encontró poco antes de la partida; Pierre Verne, padre tan severo como su oficio de juez lo autorizaba, lo azotó meticulosa y largamente en presencia del resto de la familia; humillación seguida por tres días, compartiendo almuerzo y cena, con una dieta de pan y agua.
No sería desubicado aventurar que las ansias de viajar del joven Julio obedecían, más que nada, al deseo de escapar de su padre -su imagen lo persiguió a lo largo de toda su obra.
Cuando fue a París a seguir la carrera de abogacía abandonó los estudios y se dedicó a leer en busca de su destino como escritor; Pierre dobló la apuesta, ahora no fueron tres días a pan y agua, le cortó todo tipo de apoyo económico y le prohibió a la madre que lo ayudara.
Maguer su padre, Julio Verne dedicó cuarenta y dos de sus setenta y siete años a la literatura y fue, por antonomasia, el autor que mejor interpretó los tiempos en que le toco vivir. Muchos inventos de sus novelas resultaron un anticipo de tiempos venideros en una época marcada por progresos técnicos y científicos y, a la vez, romántica. La lista de lo que anticipó su pluma es extensa; basten dos ejemplos, el viaje a la luna y el cruce bajo el casquete polar en submarino. Esta cosmovisión literaria no fue sólo el resultado de su prodigiosa imaginación, Julio Verne tuvo una curiosidad descomunal, que lo llevó a atesorar casi treinta mil fichas con información de los más variados campos del saber: ciencia, técnica y exploraciones de un mundo todavía desconocido en gran parte. Su anticipación literaria previó un futuro donde las potencias en puja serían Estados Unidos, Rusia y Chin, y que la primera potencia mundial de la época, Inglaterra, pasaría a ser un apéndice de su ex colonia.
Otra faceta que Julio Verne no cuidó en disimular fue su rechazo por Alemania, nutrido por la derrota de Francia en la Guerra franco prusiana (1870-1871), fruto de ese resentimiento es Los quinientos millones de la Begúm (1878) donde los dos herederos: el doctor Sarrasin y el químico alemán Schultze, construyen dos ciudades del futuro en Oregón. La feliz France-Ville y la siniestra Stahlstadt, levantada deliberadamente cerca y con el propósito de destruirla. Stahlstadt es una anticipación de un régimen dictatorial en una sociedad esclavista. Schultze es un autócrata cuyo objetivo es dominar el mundo con armas poderosas de su creación, anticipo de las hoy llamadas de destrucción masiva. Cuando muchas de las predicciones de la novela fueron realidad, Blasco Ibañez abrevó en esta Fuente Castalia y continuó Los quinientos millones de la Begúm con Los cuatro jinetes del apocalipsis (1916); ahora el origen de la fortuna no será la India sino nuestra pampa húmeda, el dueño de la fortuna, el español Don Julio Madariaga y sus herederos los Desnoyers y los von Hartrott.
Robur el conquistador (1886) y su continuación, El dueño del mundo (1904) marcan otro paso de su visión acerca de distopías futuras; Robur es el protagonista de las dos novelas, en la segunda intenta dominar el mundo con su aparato volador más pesado que el aire.
Julio Verne sublimó sus experiencias en literatura y la imagen autoritaria del padre, que hacía de su hogar una cárcel paraíso de la cual era imposible escapar. Pierre Verne es el alter ego de dos personajes emblemáticos de su hijo: el Capitán Nemo en su Nautilus -Veinte mil leguas de viaje submarino (1869)-; Robur en su Albatros –en la novela Robur el conquistador– y el desarrollo mejorado del Albatros: el Espanto –en la novela El dueño del mundo–. Tanto el Albatros como el Espanto estaban construidos con pulpa de papel encolada a alta presión, liviana y resistente como el acero. El Nautilus y el Albatros llegan hasta el entonces inaccesible polo norte -solo posible por aquellos años en otra novela de Verne: Las aventuras del capitán Hatteras (1866)- uno por debajo del agua y otro desde el aire. Treinta y siete años después de Veinte mil leguas, otro Nautilus, movido por energía nuclear -insinuada por Julio Verne en la novela- pasó bajo el casquete polar, y treinta y siete años después del Albatros el Josephine Ford de Richard Byrd lo sobrevoló. Una coda: en 1941 entró en acción el caza bombardero inglés Mosquito, uno de los aviones más veloces de la contienda, gran parte del fuselaje y alas del Mosquito estaban construidas en laminado de madera contrachapada, insinuado en los veloces e inalcanzables Albatros y Espanto.
Del universo literario de Julio Verne soy fanático de dos de sus protagonistas, no incluido en el corpus de novelas de anticipación: el ingeniero Cyrus Smith de La isla Misteriosa, mezcla de homo sapiens y homo faber; el otro es producto de otras influencias literarias. Lector compulsivo, Julio Verne no perdió de vista la actividad de sus contemporáneos y, al igual que Charles Baudelaire y los simbolistas franceses, siguió de cerca la obra de Edgard Allan Poe, y la influencia del bostoniano aflora, entre otras, en Viaje al centro de la tierra, Veinte mil leguas de viaje submarino, y mi favorita: La vuelta al mundo en ochenta días. Mi héroe literario es el imperturbable Phileas Fogg, que nunca perdió los hábitos y compostura en setenta y nueve días, y que empezó su aventura el día que “abandonó su casa de Saville Row a las once y media y, tras haber colocado 575 veces su pie derecho delante de pie izquierdo, y 576 veces su pie izquierdo delante de su pie derecho, llegó al Reform Club”. Solo un francés podía describir tan bien y con fina ironía francesa la flema y nonchalance británica. Y como Orlando furioso de Ariosto en su viaje a la luna, Phileas Fogg me hace encontrar en su viaje los proyectos no realizados y los inútiles por utópicos, los suspiros de los amantes; Phileas Fogg y mistress Auda.