Literatura, relatos, crítica literaria, novelas, literatura latinoamericana
Los escritores sabemos que las escenas románticas, y las eróticas, resultan las más difíciles, suponen una exposición de lo que se quiere decir y de lo que no se quiere escribir de manera que exponga la propia sexualidad o la manera de mirar.
Salirse de uno, ser esa otra que escribe; es una fórmula que usan los escritores desde siempre, el camino de la literatura romántica ha desplazado el impacto de la literatura romántica hacia una universalidad que encadena las escenas, como si formaran un sistema de referencias.
La escritora de novelas románticas más popular y leída de todos los tiempos, Jane Austen, ha establecido modelos constructivos y el uso del tiempo en situaciones que forman ya parte inherente de género.
Modelos que se repiten, incluso en su propia obra. Hay sesgos de época, como la consideración del dinero; sin embargo hay una construcción de detalles, el acento en los detalles de una mujer, los ojos, no el objeto de adorno la mujer como adorno, sino el detalle de los ojos, Elizabeth Bennet, no es bella en su conjunto, sus ojos hacen todo el trabajo; mientras, la mujer crece en dimensiones más allá de sus ojos. La película Orgullo y prejuicio ha creado una heroína que no tiene que vestirse bien, o ser un modelo físico, sólo tiene que tener un detalle que llame la atención y el resto está en su cerebro y pensamientos.
Los culebrones son un derivado de las propuestas de las novelas románticas, un modelo en el que hay una primera impresión de rechazo, que a través de detalles y peripecias, se va convirtiendo en una relación de pasión.
Elisabeth Bennet necesitaba una acción para resaltar esa parte de su anatomía que funciona como un punto de atracción, la autora coloca a su personaje frente a un espejo, mirando una vela; allí el protagonista es la mirada, la reflexión, y es un resumen del espíritu del personaje; no es la mujer entera, sino ambos detalles, la mirada, el pensamiento de una mujer que se expresa, en una época donde las mujeres ni siquiera podían emitir opiniones.
Un espejo, una vela, una mujer; se reconoce a los escritores cultores del género porque incluyen una vela en diferentes escenas, pero una mujer que mira una vela y reflexiona bajo el hipnótico movimiento del fuego, es una sutileza que se ve pocas veces, pero que Jane Austen repite en sus otras novelas, como un hilo conductor, una mujer diferente a su época, una mujer que piensa.
La novela romántica coloca a la mujer en un lugar contradictorio, es romántico que haya atenciones hacia ella, pero ese “uso” de la mujer en una acción de desvalida, ya no va con las épocas de la revolución femenina, la novela romántica sigue modelos de interrelación entre hombres y mujeres que mantiene moldes antiguos.
A ello hay que agregarle las complejidades de la tecnología, el uso de algo que parece tan masculino, como antes los autos, las motos, son estrategias que parecen neutralizar el romanticismo; y pasar por la línea fina que divide el romance con el erotismo.
Que una mujer se hábil con la tecnología, puede funcionar tan sexi como la mujer que se pone la camisa del hombre después de hacer el amor con él, pero el romance, por ahora, parece quedar fuera de la fórmula, la razón parece válida: convivimos con una generación de mujeres para las que ser “rescatada” es parte importante del componente del romance. Los varones, a su vez, se han convencido, convenientemente que no necesitan rescatar a la mujer de hoy, sino por el contrario, ya no es una persona a la que hay que proteger o proveer, o es espacio canal del descanso del guerrero, si no una compañera que pelea la vida de igual a igual.
La novela romántica, en el imaginario femenino consumidor del género, Jane Austen sigue siendo un ícono irreemplezable.