Las profesiones de diseñador gráfico y fotógrafo están empezando a ser muy denostadas. El motivo principal es claro: el desarrollo de la tecnología informática, más específicamente del software especializado.
Antes, era imprescindible disponer de una serie de conocimientos teóricos y técnicos para realizar una buena fotografía profesional, como por ejemplo el uso de la luz natural, o la optimización del espacio y de los distintos tipos de enfoque.
En cuanto a los diseñadores gráficos, no solo aprenden a utilizar esos mismos programas en las escuelas de arte y en los cursos especializados, sino que memorizan múltiples técnicas de composición y de uso del color.
Lo que ha ocurrido, en resumidas cuentas, es que cualquier persona puede emular una fotografía profesional gracias a las numerosas opciones de filtros fotográficos y de diseño de hojas en blanco que permiten utilizar estos programas.
Esto es bueno hasta cierto punto, ya que la profesión se amplía y se democratiza en un mundo en el que la formación no es gratis, y rara vez algunas personas pueden permitirse estudiar si no recurren a créditos rápidos o cuantías determinadas de becas públicas. Pero la desventaja es evidente: en la actualidad, todo el mundo cree que puede ser fotógrafo o diseñador gráfico si domina el programa informático adecuado.
Por desgracia, los clientes de estas personas no suelen distinguir la diferencia de profesionalidad existente entre una persona diletante de estos ámbitos profesionales, alguien que solo ha aprendido a manejar una serie de programas, y un auténtico graduado en dichas especializaciones. Pero existen. Los filtros no siempre pueden arreglar el mal encuadre de una fotografía, y los programas de Adobe no instruyen sobre la teoría del color y la mejor manera de sacar partido a las distintas combinaciones cromáticas.
El software es necesario, y sobre todo es necesario pagar por él mediante un préstamo personal si se trabaja profesionalmente en estos campos. Pero el aprendizaje sigue siendo fundamental, y eso es algo que no todo el mundo está dispuesto a entender o apreciar.
La moraleja es la siguiente: hay que procurar combinar siempre la teoría con las herramientas necesarias. Si no se dispone de medios económicos para estudiar, siempre existe la posibilidad de instruirse de manera autónoma mediante manuales.
Pero hay que evitar el intrusismo en la medida de lo posible y respetar la profesión, al menos si realmente estamos interesados en ella y no es ningún capricho pasajero.