Una ciudad no sería una ciudad si solo tuviera edificios. Los grandes centros urbanos, con sus ruidos de coches en hora punta, nos encanta si nos gusta ese ambiente.
Sin embargo, cualquier ciudad que se precie tiene dos caras: la del ruido y la sosegada, presentada por los parques, los callejones y las calles poco transitadas. Las ciudades son, en pocas palabras, núcleos de contraste, y solemos tener ganas de una cosa o de otra según el día.
Quién sabe, tal vez incluso podamos implementar la costumbre de salir a correr y luego a leer bajo un árbol en la soledad de la mañana, dejando para la noche el plan de ir a cenar a una pizzería concurrida en pleno centro con unos amigos. Ninguna de las dos cosas es mejor que otra y saben combinarse.
La cuestión es que un hogar en la ciudad es un microcosmos de ese gran laberinto de calles, avenidas y gente. Podemos vivir en un piso en el centro más dinámico de la ciudad, o tal vez tengamos una casa en un barrio periférico desierto por la noche.
En los dos casos, quizá tengamos la suerte de disfrutar de patio, jardín o terraza pequeña. Si nos esforzamos, si sabemos gestionar nuestro dinero o nuestros ahorros, podemos tener nuestro «parque privado», por así decirlo, y podemos llenarlo, para empezar, de flores y de elementos naturales. Podríamos agenciarnos de ese modo un espacio íntimo y personal en el que leer, hacer yoga o simplemente disfrutar al aire libre.
Porque, en ocasiones, tampoco tenemos ganas de salir de casa. Ni siquiera queremos ver a nadie, o sencillamente preferimos que nuestros amigos se traigan la pizza y hacer un plan más hogareño.
Por eso, conviene tener en el espacio personal, ese que nosotros amueblamos a placer gracias a uno de esos préstamos online rápidos o al dinero que ganamos con nuestro salario mensual y el sudor de nuestra frente, todo aquello que valoramos cuando salimos a la calle. Desde el ruido, condensado en una televisión o un equipo de música; hasta la paz, representada por un espacio natural personalizado.