De lecturas pasatistas hasta lecturas incómodas hay un inconsciente velo en la exaltación de la literatura como móvil comunicacional.
Contar historias, desde siempre, ha sido una forma de enseñar, de implantar conductas, de establecer normas no escritas para el comportamiento, todo un conjunto de efectos al que no me gusta llamar moral; el modernismo, las teorías literarias, han establecido una modalidad de expresión para darle el marco de interpretación, “lo literario”, está representado por los procedimientos con que se logra ese objetivo.
La literatura que incomoda, pasa por varias aristas, desde el tema, en el que el terror, en narcotráfico, la trata de blancas parecen ensombrecerse frente a la política, o políticas en el mundo entero.
Si el relato parte de implementar y difundir normativas de convivencia, ahora pasa a ser denuncia, revelación, constancia.
Aunque a muchos no les agrada la diferenciación entre literatura, término general que engloba el arte de escribir y literatura latinoamericana que refiere quizás a temas determinados y al éxito comercial que se le debe al Boom, lejos de hacer de lo literario un tema, las experiencias de formas e idiosincrasia sin duda intervienen en las formas; cómo contar lo maravilloso, cómo dar cuenta de experiencias como la de Juan Rulfo en Comala, sin caer en el facilismo de imaginativo y nada más.
La literatura latinoamericana ha generado atención sobre la distopía de géneros y de temas, la doble interpretación y la duplicación de dimensiones de existencia.
Los textos no son documentos definitivos, y a veces resulta inhóspito reflexionar sobre la vida de personajes ficticios, pero debe estar en nuestro comportamiento filogenético, en nuestra biología el extrapolar la ficción y calar en la vida, como si la ficción con su potencia pudiera ser una representación de lo real y no el mero arte de un autor.
La distancia que separa la letra del acto, el personaje de la persona, el escenario de la geografía, se vuelve indiscernible, estamos preparados para ello, estamos hechos de sustancias de relatos.
En tiempos de tecnología, donde el dispositivo en uso es el mensaje, la literatura no podía sustraerse a ser invadida por la visión de inversión, la temática es la forma, los recursos de construcción, la literatura se mira a sí misma y se convierte en una suerte de artificio que refleja la vida en un espejo que su vez se refleja en otro.
Los modos de reflexión sobre los artificios literarios se vuelven contra sí mismos como un modo de explicarse los mecanismos escriturales y dar cuenta del modo en que vivimos los relatos dentro de nuestra propia experiencia, contamos el acto de contar, contamos el acto de escribir, contamos sobre la genealogía de la escritura del relato.
Algunos encuentran esta tendencia como un rasgo con que la literatura latinoamericana penetra en la cosmovisión de las formas de relatar, pero es una actitud activa con que la literatura viene organizando las convenciones para establecer acuerdos y reflexiones sobre cómo categorizar la literatura.
En suma, lo que parecía un fenómeno comercial, la literatura latinoamericana, desde el Boom, ha penetrado con sus procedimientos en el arte de la literatura misma trascendiendo la época y las circunstancias.
La literatura latinoamericana ha venido para quedarse, y aunque algunos se resisten a lo que piensan es una reducción al término general: literatura; es en realidad un aporte que enriquece el término, lo vuelve más interesante, si se quiere, como premisa para entrar en un texto con ciertos prejuicios, estado ideal para encontrar la forma de conjurarlo y terminar sorprendiendo.
Como sea que encuadre un texto, no se puede evitar la prefiguración, conjurarla, neutralizarla, expandirla estará en el arte del escritor que logre salirse del molde que intenten imponerle para entrar por esa gran puerta de la literatura, así, sin referentes geográficos.