Debo a la infructuosa búsqueda de una cita textual de Getulio Vargas: "Nadie es tan tu mejor amigo que no puede llegar a ser tu peor enemigo y nadie es tan tu peor enemigo que no pueda llegar a ser tu mejor amigo", el dar con otro de sus aforismos del que tomé nota.
La idea de la relación íntima entre enemigos está, de alguna manera, ligada al concepto de diálogo, su continuidad o disrupción; dos enemigos no han, necesariamente, dejado de comunicarse, es más, necesitan hacerlo como una manera de enriquecer los argumentos de la disputa.
A esta reflexión sobre el diálogo me condujo una frase casual que entreví al hojear la Poética de Aristóteles: "Esquilo fue el primero que incrementó el número de actores de uno a dos, disminuyó las partes corales y dio papel relevante al diálogo". (IV: 16-20). Uno más dos da tres y así: "Sófocles introdujo un tercer actor y la escenografía" (Poética, IV: 21-22); como en el cuadro La coronación de Napoleón de David, una multitud de personajes pueden salir a escena.
En el siglo I de la era cristiana, Plutarco escribió en su tratado Moralia, un texto: Cómo sacar provecho de sus enemigos; y una de sus reflexiones es: "Por eso, el que ve que su enemigo es un rival de su vida y de su fama, pone más atención en sí mismo, examina con cuidado sus acciones y ordena su vida. Puesto que también, esto es propio del vicio, avergonzarse ante los enemigos más que ante los amigos por los errores que cometemos".
Seis siglos antes de Plutarco, Aristófanes, en Las aves, hizo reflexionar a la abubilla: "El sabio aprende, a menudo, del enemigo. La prudencia es la madre de la seguridad, y no es un amigo quien nos lo enseña. Un enemigo nos la impone. No son los amigos sino antes los enemigos, que nos enseñaron a las ciudades a levantar murallas y a construir largas naves, y son esas enseñanzas las que protegen a nuestros hijos, casas y riquezas".
Cuatro siglos después de Aristófanes resuenan las palabras de la abubilla en Ovidio "Él me enseña qué hacer (está justificado ser enseñado por un enemigo)" (Metamorfosis, IV: 428).
En la segunda década del siglo pasado, ecos de Plutarco, Aristófanes y Ovidio afloran en Liddell Hart cuando cita a Bismark: "Los necios dicen que aprenden a fuerza de experiencia; yo prefiero aprovechar la experiencia de los demás". De donde, parafraseando a Martín Fierro se podría concluir: "Rival que nos enseña, más que enemigo es un amigo" o, en la interpretación de Getulio Vargas: "Nadie es tan tu mejor amigo que no puede llegar a ser tu peor enemigo y nadie es tan tu peor enemigo que no pueda llegar a ser tu mejor amigo".
Estas reflexiones surgieron a raíz del artículo de un escritor compatriota, donde cuenta un accidente que sufrió hace tres lustros, nota que me se me antojó en los suburbios de la nada literaria. Comenté por e-mail a una amiga de este artículo, que apareció en una revista española, y le envié el link. En su respuesta, ella me hizo ver que este escritor pone en práctica un procedimiento de Saer que éste desarrolla hasta el paroxismo en Nadie nada nunca y en La ocasión. Mi próxima movida fue previsible puesto que -creo haberlo dicho- mi ignorancia de la narrativa argentina contemporánea es enciclopédica.
De mi lectura de la primera novela de marras de Saer me quedaron dos cosas en claro, la primera: mi amiga tenía razón, porque, además de una fina lectora, es experta en literatura argentina contemporánea; la segunda: ella conocía a fondo la obra de los dos personajes -también de marras- sobre los que habíamos intercambiado opiniones. Ahora, si la nota del escritor que puso en práctica los procedimientos de Saer, me pareció los suburbios de la nada, Nadie nada nunca, fue visitar un desierto literario más vasto y desolado que el que contemplaba Drogo a la espera de los tártaros. Leerla fue atravesar una suma de repeticiones donde relata una y otra vez lo mismo, inclusive manteniendo las mismas y exactas palabras; transité por el libro como vadeando un arroyo infectado de mosquitos, y sin estar muy convencido de que ese esfuerzo valiera la pena.
Definitivamente es la novela más aburrida que leí en mi vida y a la cual, pese a mis esfuerzos obstinados y sinceros, no le pude aplicar la máxima del Lazarillo de Tormes, quien se encargó de glosar a Plinio: “no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena”. Más bien la lectura de la novela de Saer me hizo recordar a Quevedo por aquello de: “Dios te guarde de mal libro, de Alguaziles y de muger rubia, pedigüeña y carirredonda”.
No tengo nada contra este autor que sigue un procedimiento de Saer y no lo conocí a Saer, pero los considero mis enemigos literarios; aprendo de ellos lo que no debo hacer y, parafraseando a Plutarco: "me avergüenzo ante ellos más que ante mis amigos por los errores que cometo".
Además soy un masoquista de pata negra y no quise quedarme con mi primera impresión, arranqué con La ocasión y ya la primera página me pareció un hallazgo, es más aburrida que las arduas 238 páginas de Nadie nada nunca.
Como antídoto a estas lecturas revisité mi biblioteca, preferencias literarias, y todos los libros que todavía esperan a que los lea. Se acentuaron mis prejuicios y enemistad, ahora con otros autores nacionales pontificados por nuestra Elsa Maxwell de la crítica literaria -entre ellos Saer, definitivamente su Top Gun, y en menor grado, el escritor que sigue el procedimiento de Saer; no por obvio vamos a pasar por alto el detalle de que los dos son una mala copia del fatigoso procedimiento de Extinción.
Para desintoxicarme de las dos lecturas -y de paso, vacunarme contra mi penoso arranque de La ocasión- busqué una reflexión de Borges que me parece muy adecuada para mi estado de ánimo en estos momentos: "Quienes minuciosamente copian a un escritor, lo hacen impersonalmente, lo hacen porque confunden a ese escritor con la literatura, lo hace porque sospechan que apartarse de él en un punto es apartarse de la razón y de la ortodoxia". O, en las palabras del aforismo de Getulio Vargas, que desconocía y que mencioné en las primeras líneas: "Deixar como está, pra ver como é que fica"