La última persona a la que hay que consultar sobre el éxito de un proyecto sobre un mercado es al desarrollador. Un proyecto comienza con un único creyente, el que lo crea.
Esto provoca una ceguera respecto a las posibilidades reales del proyecto.
Cuando el proyecto está en una idea, se escapan los detalles que lo pueden convertir en una realidad, costos ocultos, costos imponderables y fundamentalmente, si hay o no un mercado para el producto de esa idea.
El desarrollador tiene la idea que si se le ocurrió, el mercado lo necesita o lo va a comprar.
Los mercados son lo más volátil de cualquier negocio, es usual que una extraordinaria idea que un día da resultados haya tenido un antecedente pobre en resultados.
Hay mucho de estos ejemplos a lo largo de la historia del mundo, en todos los órdenes de temas y productos.
Es por ello que toda buena idea, por más hipnótica que parezca, debe consultarse con un especialista en probar el mercado probable.
Una vez conocido una probabilidad de colocar un producto, hay sólo un pie sobre la tierra, el otro pies es si es económicamente viable.
Esto no significa que sea caro o barato, sino que el costo de fabricación, comercialización incluida, conlleve una ganancia que permita seguir fabricando el mismo producto y obtener ganancias.
Luego está el factor sorpresa, la moda, la aceptación de un producto con variantes ajenas al propósito del mercado.
Un famoso caso de esta situación es el famoso osito para niños. Su creadora, nunca tuvo la intención de crear un juguete, originalmente era un simpático alfiletero para costureras, pero el objeto no logró entusiasmar para ese fin, pero los niños pedían encantados que les compran ese objeto, iniciando una de las industrias más poderosamente económicas del mundo, los ositos de peluche, que hoy ya tienen un sinnúmero de fisonomías, calidades, marcas, y son exitosos en todas sus versiones.
Los límites del mercado son invisibles y visibles a la vez, parecen uno, pero pueden convertirse en otro. Ese es precisamente el arte del éxito, que se llega por tantos caminos como ideas se proponen, o no.
En cualquier caso, hay una sola verdad, la demanda manda.