Yirar, yirar y yirar, las vueltas que da mi taxi en esta Buenos Aires de enero, con 36º, poca gente y un viento norte que enloquece al mas cuerdo.Mi cerebro recalcula horarios de salidas de trabajo, de escuelas, de cierre de administraciones públicas, recorridos de trenes, de subtes, centros comerciales y demás; al mismo tiempo que vigila el transito, revisa bocacalles y esquiva transeúntes distraídos por la magia de los celulares. De vez en cuando alguna Bella atrae a mi Bestia interna y me distrae unos segundos de la esmeralda llameante, transportándome a otro espacio, pero las bocinas no se hacen esperar. No hay mejor detonante que el calor del verano para inflamar las impaciencias cuando nada pasa.
De repente, en una esquina, un pasajero inesperado aborda mi auto como quien está de pasada; un diente de león (son esas semillas con forma de pompón blanco que vuelan por toda la ciudad y el campo, buscando un lugar donde plantarse y germinar) que llamó mi atención, no sé porqué, aunque pronto dejé de mirarlo para vigilar el transito. Por lo general el viento los mete y los saca del auto, hacia mejores campos, pero no fue así en este caso. Se acomodó en una esquina de la luneta del auto y cada vez que miraba hacia atrás lo veía jugando en los remolinos y hasta parecía hacerme muecas. Dios sabe lo que le hace el sol y el calor a una mente, de por si, afiebrada como la mía. Entretenido con cada flash de mi vista en el espejo me encontré recordando otros veranos en viajes con mi padre hacia mi Córdoba natal; miles de mariposas, estas mismas semillas y muchas más, atravesaban el asfalto entrando y saliendo del auto y mi padre, que era feliz viajando y contaba cuentos durante casi toda la travesía, solía tomar las que quedaban dentro del auto y las soplaba fuertemente para que continuaran viaje.
Volviendo al diente y como les decía, me acompañó en el trabajo todo el día y fue la distracción ocasional de los pasajeros que subieron. Un chico de unos 6 años se entretuvo al intentar agarrarlo hasta que su madre lo amonestó para que no distrajera al chofer; luego un señor de traje con su blackbee, ocupadísimo de trabajo, recibió una llamada y mientras hablaba el peludo le pasaba por la cara, logrando que hiciera muecas de fastidio por el intruso volador; mas tarde una señora con muuuucho Angel Face en su rostro comenzó a apantallarlo con su abanico, solo para lograr que corriera de un lugar a otro del auto como riéndose a carcajadas de la ocurrencia de la señora.
Realmente fue un día distinto para mi, rara vez la abstracción de las preocupaciones dejan lugar a la distracción. La compañía de este mimo ocasional fue como un soplo de vida, un descanso a tanta rutinaria soledad.
Volviendo a casa por la autopista oeste, prendí balizas, detuve el auto a un costado y luego de burlarme un rato, se dejó tomar. Al sacarlo del auto se estremeció por el viento que creaban los autos al pasar; lo observé un momento en la palma de mi mano, me guardé en lo más profundo algunos pensamientos y lo sople fuerte para que todas sus semillas fueran a encontrar el camino que la naturaleza les dé. Un instante antes de desaparecer tuve toda la sensación de estar viendo a mi viejo, la sonrisa amplia y la cabeza nevada de tantos disgustos que le habré dado.
Así se fue por el campo. Buscando vida.
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